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Mostrando entradas de marzo, 2021

Pura pasión, Annie Ernaux

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El tiempo de la escritura nada tiene que ver con el de la pasión. ... Pensaba: «Un día estuve aquí». Buscaba la diferencia entre aquella realidad pasada y una ficción, o tal vez sencillamente buscaba este sentimiento de incredulidad por haber estado allí un día, porque no lo habría experimentado frente a un personaje de novela. ...  He descubierto de lo que uno puede ser capaz, que equivale a decir de todo. De deseos sublimes o letales, falta de dignidad, creencias y comportamientos que tildaba de insensatos en los demás, hasta que yo misma recurrí a ellos. Sin que él lo sospeche, me ha ligado más al mundo.

Leer contra la nada, Antonio Basanta

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Y completa Saint-Exupéry en El Principito: El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante para ti. ... Berlín, 1924. Kafka y su amada Dora Diamant comparten con amor lo que serán los últimos días del genial escritor. La enfermedad ha hecho cruelmente mella en él. Y Kafka sabe que el final irremediable se acerca. A pesar de ello, una sensación de placidez, de serenidad embarga su corazón. Las fuerzas le abandonan, pero no la ilusión por extraer de los días postreros hasta su última gota de felicidad. Por eso conversa interminablemente con Dora. Por ello escribe con frenesí. Por ello también, todos los días pasea junto a su amada por el parque cercano, donde estalla ya la primavera. En uno de aquellos paseos, Kafka encuentra a una niña desconsolada, porque acaba de perder su muñeca. En vano trata de calmarla, porque el desconsuelo de la pequeña no tiene freno... —¡He perdido mi muñeca, he perdido mi muñeca! —grita y solloza la niña. Y es ahí donde Kafk

Buena nueva del desastre, Leopoldo María Panero

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«Negus vezer mon bel pensar no val» EZRA POUND Yo reino en la locura en el ácido blanco del poema hecho para des-morir para morar en lo oscuro y ofrecer mis ojos al poema. ... La vida es sólo un lodo un pájaro que sufre un árbol que revienta en la mano una joya sobre el sepulcro un cáliz en el retrete, una marea de lágrimas y lluvia una mandíbula desencajada. ...  BAUT DE FORAS El mal olor de la calle, de la vida y el poema es un excremento como una bandera contra la vida y el ser no tiene nombre, sino una máscara azul para ahuyentar a los hombres.

La mujer helada, Annie Ernaux

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Otra aventura más simple, blanda, sin riesgo, estaba a mi alcance, no había que hacer gran cosa para que ocurriera, sólo dejar olvidadas en el cajón las veintiuna pastillas venenosas. Cómo se puede caer tan bajo. Apenas sentí una sombra de mala conciencia antes de lanzarme en la única empresa autorizada por todo el mundo, bendecida por la sociedad y la familia política, esa que no fastidiará a nadie. Propago a los cuatro vientos el buen motivo que me da pie, el tener un hijo único, tan triste, no es bueno, dos es perfecto, Rémi y Colette, André yJulien, tócale la tripa a mamá, la hermanita está aquí, para llorar de emoción sólo de pensarlo. La verdadera razón es que ya no podía concebir ninguna otra manera de cambiar mi vida, salvo teniendo un hijo. Nunca volveré a caer tan bajo.

El acontecimiento, Annie Ernaux

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Escribí a P. para decirle que estaba embarazada y que no quería tener el niño. Nos habíamos separado sin saber si continuaríamos o no nuestra relación, y la idea de que la noticia fuera a turbar su despreocupación me complacía mucho, aunque no me hacía ninguna ilusión por el profundo alivio que le produciría mi decisión de abortar. Una semana después, Kennedy moría asesinado en Dallas. Pero ese tipo de cosas ya no podía interesarme. ... Todas las conversaciones me parecían pueriles o fútiles. La costumbre de algunas chicas de contar su vida cotidiana con todo lujo de detalles me resultaba insoportable. Una mañana se sentó a mi lado en la biblioteca una chica de Montpellier con quien había asistido a clases de filología. Me describió con todo lujo de detalles su nuevo apartamento de la Rue Saint-Maur, a su casera, la ropa blanca puesta a secar en la entrada, su trabajo de profesora particular en la Rue Beauvoisine, etcétera. Aquella minuciosa y alegre descripción de su unive

Veinticinco de Agosto de 1983 y otros cuentos, Jorge Luis Borges

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—Recuerdo haber leído sin desagrado —me contestó— dos cuentos fantásticos. Los Viajes del Capitán Lemuel Gulliver, que muchos consideran verídicos, y la Suma Teológica. Pero no hablemos de hechos. Ya a nadie le importan los hechos. Son meros puntos de partida para la invención y el razonamiento. En las escuelas nos enseñan la duda y el arte del olvido. Ante todo el olvido de lo personal y local. Vivimos en el tiempo, que es sucesivo, pero tratamos de vivir sub specie aeternitatis. Del pasado nos quedan algunos nombres, que el lenguaje tiende a olvidar. Eludimos las precisiones inútiles. No hay cronología ni historia. No hay tampoco estadísticas. Me has dicho que te llamas Eudoro; yo no puedo decirte cómo me llamo, porque me dicen alguien. ... Las imágenes y la letra impresa eran más reales que las cosas. Sólo lo publicado era verdadero. Esse est percipi (ser es ser retratado) era el principio, el medio y el fin de nuestro singular concepto del mundo. En el ayer que me tocó,

El vendedor de pararrayos, Herman Melville

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—Brevemente, entonces. Evito los pinos, las casas altas, los graneros apartados, las praderas elevadas, las corrientes de agua, los rebaños de ganado, los grupos humanos. Si viajo a pie, como hoy, no marcho a paso ligero. Si viajo en mi coche, no toco sus costados ni su parte trasera. Si viajo a caballo, desmonto y conduzco al caballo. Pero, por sobre todo, evito a los hombres altos. —¿Sueño? ¿El hombre evita al hombre? ¿Y en momentos de peligro, para colmo?

El cuento de La isla desconocida, José Saramago

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Se preguntaba si ella dormiría, si habría tardado en entrar en el sueño, después imaginó que andaba buscándola y no la encontraba en ningún sitio, que estaban perdidos los dos en un barco enorme, el sueño es un prestidigitador hábil, muda las proporciones de las cosas y sus distancias, separa a las personas y ellas están juntas, las reúne, y casi no se ven una a otra, la mujer duerme a pocos metros y él no sabe cómo alcanzarla, con lo fácil que es ir de babor a estribor.

Kafka con sombrero, Jesús Marchamalo

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Durante una larga temporada se aficionó al teatro. Y un par de veces por semana se acercaba al Café Savoy, en la Ziegenplatz —andando o en tranvía (le encantaba tirarse en marcha desde la plataforma)—, un bar de mala nota donde actuaba una compañía de actores judíos con los que llegaría a intimar. Allí, veladores de mármol y sillas de madera, se enamoró en secreto de una de las actrices, una mujer de apellido impronunciable, Tschissik, con quien vivió una pasión sin esperanza y a quien nunca, siquiera, se declaró. Un día le llevó un ramo de flores, tal vez rosas, con una tarjeta en la que se leía un misterioso y audaz «En agradecimiento». Pero al final le venció su timidez y lo dejó sobre una mesa. Al acabar la función, vio cómo alguien lo cogía y lo arrojaba sobre el escenario y ella, la señora Tschissik, ese nombre que era como un susurro, un cosquilleo excitante en el oído, saludando coqueta a los aplausos, ni siquiera se paró a recogerlo.

39 escritores y medio, Jesús Marchamalo

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Cortázar y la pirámide de cristal A mediados de los años cincuenta hizo un largo viaje por Italia, viendo monumentos y trasladándose de una ciudad a otra en tren. Y cuenta su mujer, Aurora Bernárdez, que siempre compraban alguna novelita en los quioscos de las estaciones, para acompañar el viaje. Casi siempre era Julio el que comenzaba a leer, y cuando terminaba una página, la arrancaba y se la pasaba a Aurora, que a su vez la leía y la arrojaba después por la ventanilla del tren como un romántico pañuelo, la paloma de un mago. Lo cual no siempre se puede contar depende dónde. ... El bar de Gerardo Diego Se cuenta que un día, paseando por el Santander siempre brumoso y gris de los partes meteorológicos, se topó con un bar, una pequeña taberna que tenía rotulado con grandes letras en la fachada un nombre que le dejó más incrédulo que sorprendido: El Retiro de Gerardo Diego. Parece que anduvo todavía unos minutos caminando nervioso, adelante y atrás, dudando entre entrar o no

Siete plantas, Dino Buzzati

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Giuseppe Corte no deseaba nada, pero se dispuso gustoso a conversar con la joven, solicitándole información sobre la clínica. Vino así a conocer la extraña característica de aquel hospital. Los enfermos eran distribuidos en una u otra planta según la gravedad. La séptima, o sea la última, era para los casos más leves. La sexta estaba destinada a pacientes menos graves, pero a los que no se podía descuidar. En la quinta se trataban las afecciones serias, y así sucesivamente, planta por planta. En la segunda estaban los enfermos muy graves. En la primera, los desahuciados. 

Ellis Island, Georges Perec

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¿Cómo aprehender lo que no se ha mostrado, lo que no ha sido fotografiado, archivado, restaurado, escenificado? ... nada se parece más a un lugar abandonado que otro lugar abandonado ... en la leyenda del Golem se cuenta que basta con escribir la palabra Emeth* en la frente de la estatua de barro para que esta cobre vida y obedezca, y con borrarle una letra, la primera, para que vuelva a convertirse en polvo ... No tengo el sentimiento de haber olvidado, sino el de no haber podido aprender nunca;

El leopardo de las nieves, Sylvain Tesson

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En la alta explanada de la vida y la muerte se representaba una tragedia difícil de ver, perfectamente pautada: el sol salía, los animales se perseguían para amarse o devorarse. Los herbívoros pasaban quince horas diarias con la cabeza agachada. Era su maldición: vivir lentamente, dedicados a pacer una hierba pobre pero regalada. Para los carnívoros la vida era más palpitante. Acechaban un alimento escaso en batidas que eran la promesa de una fiesta de sangre y la perspectiva de siestas voluptuosas. ... Todo pasa, todo fluye, los asnos galopan, los lobos los persiguen, los buitres planean: orden, equilibrio, el sol en su cénit. Un silencio aplastante. Una luz sin filtro, pocos hombres. Un sueño. Y nosotros estábamos ahí, en ese jardín vital, cegador y macabro. Munier había avisado: era el paraíso a -30 °C. ... Almas muertas que gimotean: «Hemos nacido demasiado tarde en un mundo sin secretos». ...  Un día, en París, en la plaza de Saint-Séverin, un gorrión se posó en su cab