Leer contra la nada, Antonio Basanta


Y completa Saint-Exupéry en El Principito:
El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante para ti.
...
Berlín, 1924.
Kafka y su amada Dora Diamant comparten con amor lo que serán los últimos días del genial escritor. La enfermedad ha hecho cruelmente mella en él. Y Kafka sabe que el final irremediable se acerca.
A pesar de ello, una sensación de placidez, de serenidad embarga su corazón. Las fuerzas le abandonan, pero no la ilusión por extraer de los días postreros hasta su última gota de felicidad.
Por eso conversa interminablemente con Dora.
Por ello escribe con frenesí.
Por ello también, todos los días pasea junto a su amada por el parque cercano, donde estalla ya la primavera.
En uno de aquellos paseos, Kafka encuentra a una niña desconsolada, porque acaba de perder su muñeca. En vano trata de calmarla, porque el desconsuelo de la pequeña no tiene freno...
—¡He perdido mi muñeca, he perdido mi muñeca! —grita y solloza la niña.
Y es ahí donde Kafka trata de hallar la solución del mejor modo que sabía: inventando una historia.
—No, pequeña, tu muñeca no se ha perdido. Lo que ha pasado es que se ha marchado de viaje. Todo ha sido tan rápido que ni siquiera ha podido despedirse de ti.
—¿Y tú cómo lo sabes? —pregunta la niña entre lágrimas.
—Pues porque ella, tu muñeca, me ha dejado una carta para ti en la que te explica todo lo que acabo de contarte.
La niña le mira con sus ojos profundos. No sabe si creerle:
—¿Y dónde está esa carta? ¿Por qué no me la enseñas?
Kafka duda por un momento, pero enseguida reacciona:
—Es que la tengo en mi apartamento. Si quieres, mañana nos vemos en el parque, aquí, al lado de la fuente, y yo te entrego la carta.
—¡Vale! —responde la niña, y sale en busca de su madre, que la espera impaciente.
Es Dora Diamant quien nos narra en su Diario todo este episodio. Ella es la que nos cuenta cómo Kafka apresuradamente se pone a escribir la pretendida carta de la muñeca. Y cómo al día siguiente, cumpliendo ambos su promesa, Kafka y la niña se encuentran. Juntos leen la carta en la que la muñeca da las razones de su marcha. Pero, para consuelo de la niña, le dice que todos los días le enviará al señor Kafka nuevas cartas para que así la niña pueda conocer sus andanzas.
Y Kafka se apresta al juego durante tres semanas.
¡Tres semanas! Carta tras carta. A pesar de la tuberculosis que sabe que le consume. A pesar del poco tiempo que le resta. Tan solo por consolar a una pequeña.
Finalmente Kafka inventa una última carta, haciendo uso del más clásico de los finales de un cuento: la boda. Sí, la muñeca se ha enamorado y se ha casado. Le confiesa a la niña que está muy contenta. Le cuenta los detalles de su nueva casa; los planes de su nueva vida. Y le comunica que, en cuanto pueda, acudirá a Berlín, a encontrarse con ella.


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