Veinticinco de Agosto de 1983 y otros cuentos, Jorge Luis Borges


—Recuerdo haber leído sin desagrado —me contestó— dos cuentos fantásticos. Los Viajes del Capitán Lemuel Gulliver, que muchos consideran verídicos, y la Suma Teológica. Pero no hablemos de hechos. Ya a nadie le importan los hechos. Son meros puntos de partida para la invención y el razonamiento. En las escuelas nos enseñan la duda y el arte del olvido. Ante todo el olvido de lo personal y local. Vivimos en el tiempo, que es sucesivo, pero tratamos de vivir sub specie aeternitatis. Del pasado nos quedan algunos nombres, que el lenguaje tiende a olvidar. Eludimos las precisiones inútiles. No hay cronología ni historia. No hay tampoco estadísticas. Me has dicho que te llamas Eudoro; yo no puedo decirte cómo me llamo, porque me dicen alguien.
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Las imágenes y la letra impresa eran más reales que las cosas. Sólo lo publicado era verdadero. Esse est percipi (ser es ser retratado) era el principio, el medio y el fin de nuestro singular concepto del mundo. En el ayer que me tocó, la gente era ingenua; creía que una mercadería era buena porque así lo afirmaba y lo repetía su propio fabricante.
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La vida. Defectos y virtudes

—Si Ud. hace un resumen de su vida, ¿cuáles le parecen los momentos más importantes de ella?
—Mi primer regreso a Buenos Aires. Y luego, momentos muy íntimos, que fueron muy felices, y aquellos en que escribo, en que siento cierta satisfacción, aunque no me guste lo que escriba. He llegado a comprobar que la satisfacción que uno siente al escribir tiene poco que ver con el mérito de lo que escribe, lo cual concuerda con aquella sentencia de Carlyle: “Toda obra humana es deleznable, pero la ejecución de esa obra es importante”. Una vez hecho algo, no puede valer mucho; es una obra humana con todas las imperfecciones de lo humano, pero el hecho de ejecutarla sí es interesante. Luego, tengo recuerdos de infancia, de alguna jineteada, de haberme sentido muy feliz nadando y recuerdos de lugares… Pero Marcel Proust decía que cuando uno extraña un lugar, lo que realmente extraña es la época que corresponde a ese lugar; que no se extrañan los sitios, sino los tiempos. Es decir que cuando pienso que a veces me sentía feliz en Texas, es porque me sentía feliz en aquel momento, pero si volviera a Texas ahora, no hay ninguna razón para que pueda sentirme feliz allí. O cuando yo sabía que sólo faltaban tantos días para volver a Buenos Aires. Pero entonces había algo de angustioso, porque siempre existía el temor de que ocurriera algo que entorpeciera la vuelta.

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