La mujer helada, Annie Ernaux


Otra aventura más simple, blanda, sin riesgo, estaba a mi alcance, no había que hacer gran cosa para que ocurriera, sólo dejar olvidadas en el cajón las veintiuna pastillas venenosas. Cómo se puede caer tan bajo. Apenas sentí una sombra de mala conciencia antes de lanzarme en la única empresa autorizada por todo el mundo, bendecida por la sociedad y la familia política, esa que no fastidiará a nadie. Propago a los cuatro vientos el buen motivo que me da pie, el tener un hijo único, tan triste, no es bueno, dos es perfecto, Rémi y Colette, André yJulien, tócale la tripa a mamá, la hermanita está aquí, para llorar de emoción sólo de pensarlo. La verdadera razón es que ya no podía concebir ninguna otra manera de cambiar mi vida, salvo teniendo un hijo. Nunca volveré a caer tan bajo.

Entradas populares de este blog

La salvación de lo bello, Byung-Chul Han 

Mendel el de los libros, Stefan Zweig