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Mostrando entradas de enero, 2021

Mi novia preferida fue un bulldog francés, Legna Rodríguez Iglesias

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Mis hijos querían más pero yo no les di más. Los hijos de mis hijos querían más pero yo no les di más. Las hijas de mi hija, cuando nacieron, quisieron más. Yo les di lo necesario. Mi esposa hizo silencio, bajó la vista, me dio la mano. Los huesos de su mano entre los huesos de la mía. ...  Me has visto despertar en medio de la noche, ahogada y mojada. En esa profundidad estoy yo mientras el sistema respiratorio se paraliza gracias a la contracción de los bronquios. Comparo mis bronquios con peces muertos. Los peces muertos del mar y mis bronquios me atraen hacia abajo, hechizándome. ...  Un turismo basado en el extrañamiento, claro está. Un turismo inteligente.  ...  El ómnibus cruza el puente del río Zaza a la una y cuarenta y cuatro de la madrugada. A ochenta y cinco kilómetros por hora. En el río a esa hora las cosas no son las mismas. Lo que vive ahí tiene con toda seguridad otro estado, que perderá al amanecer. En el asiento número uno del ómnibus voy sentada yo, un r

Mi Ibiza privada, Antonio Escohotado

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Solo le vi sonreír una vez, cuando se quedó con mi bollo del desayuno —lo único aceptable del menú— y adopté los viriles modales del talego para reprochárselo, tropezando al punto con el leve rictus de los labios y una mirada de acero, donde leí algo parecido a: «¿Te das cuenta, pobre cuerdo, de que yo mato sin arrepentimiento?». Por supuesto decidí no volver a quejarme, y traté de reparar el despiste cediéndole gran parte de mi comida, aunque probablemente le había hecho de menos, y merecía la suerte de otros perseguidores. No lo sabré nunca, pero aprendí a ver el lado bueno de los meticulosísimos cacheos periódicos, que tratan ante todo de evitar armas. ...  Aún hoy me pasma el impacto de la soledad y el silencio en tipos de aspecto tan recio, cuya incapacidad para acompañarse provoca síndromes afines a la acatisia grave, nombre clínico para el impulso de saltar fuera de uno mismo, a menudo terminado en suicidio. Hasta cuatro supermachos he visto mendigar briznas de compa

Cien noches, Luisgé Martín

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Vivimos creyendo que hemos olvidado o vencido nuestros fantasmas y lo único que hemos conseguido ha sido esconderlos en alguna zona oscura. Fantasmas transparentes, sin sábana cubriéndoles el cuerpo y sin cadenas. Fantasmas sin abolengo ni reputación. Fantasmas inventariados por Sigmund Freud con número de registro, instrucciones de uso y variaciones narrativas. Nuestra instrucción moral es una serpentina que viene siempre de tiempos muy antiguos y que a menudo ni siquiera recordamos. ...  Los demás ven de nosotros lo que puede ser codificado, entendido en patrones y preceptos. No pueden ver los cortocircuitos, las sinuosidades, las estampidas. Y la vida casi siempre tiene su curso en esos agujeros incomprensibles. En esos pasadizos de cloaca. ...  «Todo lo que creemos sentir tiene su raíz en el cuerpo.» Y más abajo, también en letras mayúsculas: «El sistema nervioso es el alma.» ...  —Santa Maria Addolorata —repitió—. Qué gran nombre para una puta. ...  —Lo harás —dijo sin

Clavícula, Marta Sanz

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El conductor es un niño que quiere que le diga que los perros tiesos de las cunetas están dormidos. ...  Reivindico el deseo que afecta a las cosas que me son extrañas. Reivindico el deseo que me lleva a escribir un libro o a empujar al director de un banco. Abomino del deseo que se inocula artificialmente en el cuerpo cuando el cuerpo duerme y se prepara para llegar lentamente a su final. Yo no quiero estar funcionando artificialmente. Salivando, lubricando, sorbiendo artificialmente. Llega un momento en la vida en que es bueno dejar de correr. Hay que dejar de correr. Yo quiero que me dejen en paz. Que me dejen olvidarme de mi cuerpo. Para lo bueno y para lo malo. Olvidar la posibilidad de los orgasmos sucesivos, las punzadas más o menos intensas de placer, los calambres y el volver a buscar la conexión de los enchufes. Esa forma del olvido y del amor. Quiero olvidar la posibilidad de follar tanto y tan bien que escueza. Y a la vez olvidar las yemas de los dedos, el Bósfo

Las voladoras, Mónica Ojeda

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Soroche                            Ana ¿Que en qué estaba pensando mientras subíamos la montaña, niño? Pensaba en mí misma abierta de piernas sobre la cama. En mis muslos gordos, arrugados, con mesetas y hundimientos de piel de naranja. En mis venas azules, rojas y verdes hinchadas igual que lombrices de mar. En mis dedos haciendo círculos sobre mi clítoris creyéndome sexy cuando claramente, evidentemente, rotundamente, no lo soy. En mis ubres moradas. En mi lengua de bulldog retrasado. En mis labios vaginales oscuros, grandes y decadentes. En cómo él me hace girar y la cámara cae en una esquina y se ven solo mis tetas igual que dos berenjenas descomponiéndose. Pienso en mis mugidos, muuu. En mi expresión bovina. En el vello negro y espeso que cubre mi barriga flácida. En la cara patética que pongo cuando me creo sexy. En la cicatriz de la cesárea como un ciempiés marcándome de lado a lado. En mi cuerpo de luchador de sumo, de elefante, de foca, agitándose nauseabundamente,

La historia universal, Ali Smith

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Mayo ... y la del dios que se enamora de la joven que no lo quiere, que es feliz sin él y que, cuando el dios la persigue, resulta ser una corredora de rapidez excepcional porque es cazadora, y casi lo deja atrás. Pero como él es un dios y ella es mortal no lo logra, y en cuanto comprende que se le acaban las fuerzas y que el dios va a alcanzarla y a poseerla, pide ayuda a su padre, el río. Y su padre la ayuda transformándola en árbol. De pronto, los pies de la joven echan raíces. Su estómago se endurece en forma de corteza. Su boca se sella y su rostro se cubre de musgo; los líquenes cierran sus ojos. Surgen ramas de sus brazos alzados y cientos de hojas brotan de cada uno de sus dedos. Doblo la página en esta historia. Preparo algunas cosas pendientes para el trabajo de mañana y te llamo, te digo como siempre que voy a acostarme y que si no bajas ahora mismo para que pueda apagar las luces y dormir un poco, te abandonaré. Cuando estamos en la cama te doy el libro abierto

Gratitud, Oliver Sacks

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A los once años podía decir «Soy sodio» (el elemento 11), y ahora, a los setenta y nueve, soy oro.  Ahora que tengo casi ochenta años y sufro una serie de problemas médicos y quirúrgicos, ninguno de los cuales me tiene impedido, me alegro de estar vivo. «¡Me alegro de no estar muerto!», exclamo a veces cuando hace un día espléndido. (Lo cual contrasta con una historia que le oí contar a un amigo: una espléndida mañana de primavera paseaba con Samuel Beckett por París, y mi amigo le dijo: «En un día como éste, ¿no se alegra de estar vivo?». A lo cual Beckett contestó: «Tampoco hay que exagerar»). Ahora me toca decidir cómo quiero vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda, y a ello me animan las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, el cual, al enterarse de que sufría una enfermedad mortal a los sesenta y cinco años, en un solo día de abril de 1776 escribió una breve autobiografía. La tituló De mi