Clavícula, Marta Sanz


El conductor es un niño que quiere que le diga que los perros tiesos de las cunetas están dormidos.
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Reivindico el deseo que afecta a las cosas que me son extrañas. Reivindico el deseo que me lleva a escribir un libro o a empujar al director de un banco. Abomino del deseo que se inocula artificialmente en el cuerpo cuando el cuerpo duerme y se prepara para llegar lentamente a su final. Yo no quiero estar funcionando artificialmente. Salivando, lubricando, sorbiendo artificialmente. Llega un momento en la vida en que es bueno dejar de correr. Hay que dejar de correr. Yo quiero que me dejen en paz. Que me dejen olvidarme de mi cuerpo. Para lo bueno y para lo malo. Olvidar la posibilidad de los orgasmos sucesivos, las punzadas más o menos intensas de placer, los calambres y el volver a buscar la conexión de los enchufes. Esa forma del olvido y del amor. Quiero olvidar la posibilidad de follar tanto y tan bien que escueza. Y a la vez olvidar las yemas de los dedos, el Bósforo de Almasy, la mandíbula, las muelas del juicio y la caja que encierra el corazón.

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