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Mostrando entradas de enero, 2024

Vidas imaginarias, Marcel Schwob

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Los señores Burke y Hare De alguna manera, el señor Hare le sirvió de Dinazarde. Según parece, el poder de invención del señor Burke fue particularmente excitado por la presencia de su amigo. La ilusión de sus sueños les permitió valerse de un altillo para alojar allí pomposas visiones. El señor Hare vivía en un cuartito, en el sexto piso de una casa de altos muy poblada de Edimburgo. Un canapé, una gran caja y algunos enseres de tocador sin duda, componían casi todo el mobiliario. En una mesita, una botella de whisky con tres vasos. Era norma que el señor Burke no recibiera sino a una persona a la vez, nunca la misma. Su procedimiento consistía en invitar a un transeúnte desconocido, a la caída de la noche. Deambulaba por las calles para examinar los rostros que despertaban su curiosidad. A veces elegía al azar. Se dirigía al extraño con toda la amabilidad de que hubiera podido hacer gala Harún-al-Raschid. El extraño trepaba los seis pisos hasta el altillo del señor Hare. Se le cedía

Austerlitz, W.G. Sebald

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Wittgenstein llevaba también continuamente su mochila, en Puchberg y Otterthal lo mismo que cuando iba a Noruega, o a Irlanda, o a Kazajstán, o a casa con sus hermanas para pasar la Navidad en la Alleegase. Siempre y por todas partes, esa mochila, sobre la que Margarete escribe una vez a su hermano que la quiere casi tanto como a él, viajó con Wittgenstein, creo, incluso a través del Atlántico, en el Queen Mary, y luego de Nueva York a Ithaka. Cada vez más me parece ahora, cuando tropiezo en alguna parte con una fotografía de Wittgenstein, como si Austerlitz me mirase desde ella o, cuando miro a Austerlitz, como si viera en él a aquel desgraciado pensador, tan encerrado en la claridad de sus reflexiones lógicas como en la confusión de sus sentimientos, tan notables eran las semejanzas entre los dos, en la estatura, en la forma de estudiarlo a uno como por encima de una barrera invisible, en su vida sólo provisionalmente organizada, en su deseo de arreglárselas siempre con lo menos posi

Aquélla noche en la vía láctea, Peter Bondy

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           Las luces del palacio encendían la soledad de los pocos desesperados que caminaban a esa hora de la noche. Había llovido con intensidad y el suelo parecía un lago cubierto de pisadas de pájaros. Ella apareció desde el fondo de un portón abandonado, como el lobo que sale de su guarida tras oler algo que llevarse a la boca después de un día sin comer. -¿Me lías un cigarrillo de los tuyos?     Era enjuta, cara cubierta de cicatrices y muy morena, como una galleta de chocolate raída por los años, Llevaba un gorro de lana rosado, casi hundido hasta las cejas, una mirada limpia, azul, teñida de luces amarillas. Mirada directa, sin apartar sus ojos, tal vez triste, tal vez acobardada.     -Si, claro, un momento -dije sacando un papel de liar y algo de tabaco. El campanario gritó las doce. Retumbó en la plaza como cañonazos de una guerra no sabida. Acabé de liar el cigarrillo y se lo ofrecí mientras extendía su mano oculta bajo unos guantes arco iris grisáceo, mojados, temblorosos.

Mi hermana Elba, Cristina Fernández Cubas

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     Aún ahora, a pesar del tiempo transcurrido, no me cuesta trabajo alguno descifrar aquella letra infantil plagada de errores, ni reconstruir los frecuentes espacios en blanco o las hojas burdamente arrancadas por alguna mano inhábil. Tampoco me representa ningún esfuerzo iluminar con la memoria el deterioro del papel, el desgaste de la escritura o la ligera pátina amarillenta de las fotografías. El diario es de piel, dispone de un cierre, que no recuerdo haber utilizado nunca, y se inicia el 24 de julio de 1954. Las primeras palabras, escritas a lápiz y en torpe letra bastardilla, dicen textualmente: Hoy, por la mañana, han vuelto a hablar de «aquello». Ojalá lo cumplan. Sigue luego una lista de las amigas del verano y una descripción detallada de mis progresos en el mar. En los días sucesivos continúo hablando de la playa, de mis juegos de niña, pero, sobre todo, de mis padres. El diario finaliza dos años después. Ignoro si más tarde proseguí el relato de mis confesiones infantile

El tamaño de mi esperanza, Jorge Luis Borges

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  Ejercicio de análisis ¿Cuándo empezó a verse la noche? No podemos averiguarlo, pero es lícito suponer que no la levantamos de golpe. Ni vos ni yo dimos con el sentido reverencial que tenemos de ella: para eso han sido menester muchas vigilias de pastores y de astrólogos y de navegantes y una religión que lo ubicase a Dios allá arriba y una firme creencia astronómica que la estirara en miles de leguas. ... Profesión de fe literaria Yo he conquistado ya mi pobreza; ya he reconocido, entre miles, las nueve o diez palabras que se llevan bien con mi corazón; ya he escrito más de un libro para poder escribir, acaso, una página. La página justificativa, la que sea abreviatura de mi destino,

Blancura, Jon Fosse

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  ▪ Digo: ¿quién eres? La criatura dice: soy la que soy – y pienso que no es la primera vez que oigo esa respuesta, aunque no recuerdo dónde la he oído antes, quizá la haya leído en algún sitio. ... ▪ Todo lo que se percibe, pues, de alguna manera tiene que ser real, sí, de alguna manera tiene que entenderse.

Drive my car (Tio Vanya, Antón Chéjov)

 

El peligro de estar cuerda, Rosa Montero

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  Chupando cobre Estar loco es, sobre todo, estar solo. Estupor e impostura Hay un caso terrible de síndrome de impostura que es el del filósofo francés Louis Althusser. Fue un hombre que padeció gravísimos problemas mentales; a los veintinueve años le diagnosticaron una psicosis maniacodepresiva y fue internado una veintena de veces en distintos psiquiátricos. En 1980 comenzó a darle un masaje a su mujer, la socióloga Hélène Rytmann, con quien llevaba viviendo treinta y cinco años, y terminó estrangulándola hasta la muerte. Le declararon no apto para ser juzgado por haber sufrido un rapto de locura, y volvieron a internarlo durante tres años. En 1992, dos años después de su muerte, se publicó su autobiografía, El porvenir es largo, en la que cuenta de manera desgarradora que se consideraba un cobarde y un impostor. Que albergaba deseos homosexuales que nunca materializó; que pasaba por eminente filósofo cuando lo cierto era que tenía ingentes lagunas de conocimiento: no sabía nada de