Mi hermana Elba, Cristina Fernández Cubas



    Aún ahora, a pesar del tiempo transcurrido, no me cuesta trabajo alguno descifrar aquella letra infantil plagada de errores, ni reconstruir los frecuentes espacios en blanco o las hojas burdamente arrancadas por alguna mano inhábil. Tampoco me representa ningún esfuerzo iluminar con la memoria el deterioro del papel, el desgaste de la escritura o la ligera pátina amarillenta de las fotografías. El diario es de piel, dispone de un cierre, que no recuerdo haber utilizado nunca, y se inicia el 24 de julio de 1954. Las primeras palabras, escritas a lápiz y en torpe letra bastardilla, dicen textualmente: Hoy, por la mañana, han vuelto a hablar de «aquello». Ojalá lo cumplan. Sigue luego una lista de las amigas del verano y una descripción detallada de mis progresos en el mar. En los días sucesivos continúo hablando de la playa, de mis juegos de niña, pero, sobre todo, de mis padres. El diario finaliza dos años después. Ignoro si más tarde proseguí el relato de mis confesiones infantiles en otro cuaderno, pero me inclino a pensar que no lo hice . Ignoro también el destino ulterior de varias fotografías , que en algún momento debí de arrancar —y de cuya existencia hablan aún ciertos restos de cola casera petrificados por el tiempo—, y el instante o los motivos precisos que me impulsaron a desfigurar, posiblemente con un cortaplumas, una reproducción del rostro de mi hermana Elba.
 

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