La tonalidad del pensamiento, Byung-Chul Han


                                                 

Con el tiempo, conseguí aprenderme de memoria el aria de las Variaciones Goldberg. En francés , ‘aprender de memoria’ se dice apprendre par cœur, «aprender de corazón». El aria de las Variaciones Goldberg se ha convertido en la música de mi corazón. De hecho, comienzo cada jornada con esta aria. Para mí se trata de un ritual diario o tal vez de una oración, una oración matinal. El reglamento de mi comunidad de vecinos prohíbe acabar el día con el aria, pero, a pesar de todo, durante un tiempo lo hice: tocaba el aria a las dos o las tres de la madrugada, con un apasionamiento melancólico o un fervor romántico. En vista de que todo el edificio se amotinó, tuve que dejarlo y disculparme por esta aria nocturna.

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Tengo un escritorio de estilo modernista. En el centro de ese escritorio hay un fino tapete verde incrustado, que se denomina Schreibwiese (literalmente, «prado para la escritura»), una maravillosa palabra. Mientras pienso, vago por este prado. Cada día, deambulo de acá para allá, entre el verde del prado para la escritura y el negro de la reluciente rueda de plegaria. Esa es la forma de caminar de mi pensamiento. Pienso y escribo a través de la música. El Flügel, una vez más en su doble sentido, me ayuda enormemente a la hora de pensar.

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   La cámara lúcida es un libro sobre la tristeza. En él, Barthes invoca permanentemente a su madre, «con la que el autor había convivido toda su vida». † Habla de su madre muerta. «El libro se basa en una fotografía que Barthes ronda con fervor, que incluso abraza e idolatra, pero que no viene reproducida en el libro. Brilla por su ausencia. Muestra a su madre, cuando tenía cinco años» y estaba en el invernadero. 

   Cito a Roland Barthes: Perdido en el fondo del invernadero, el rostro de mi madre, borroso, descolorido. En un primer movimiento exclamé: «¡ Es ella! ¡Es ella misma! ¡Es ella por fin!». * 

   «Barthes distingue dos elementos de la fotografía: el studium y el punctum. El studium se refiere a las informaciones que se pueden obtener de la fotografía. Así es como se la puede estudiar». En cambio, el punctum «no suministra informaciones». Significa, literalmente, «lo punzado». Procede «de la palabra latina pungere, “punzar”. Afecta y conmueve al espectador».

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En ningún sitio se expresa tan bien y de un modo tan hermoso este contraste entre la cruel violencia de la que el ser humano es capaz y la fuerza pacificadora de las plantas como en el texto que se conoce como «la carta de los búfalos», de Rosa Luxemburgo. Me gustaría leerles ahora un fragmento de esa carta, verdaderamente desgarradora. Se trata de una misiva que Rosa Luxemburgo escribió desde la cárcel a su amiga Sophie Liebknecht. 

   Dice así: Me cuentas que has recogido en el parque Steglitz un hermoso ramo de bayas de color negro y rosa violáceo. Las negras pueden ser o bien de sauco (seguro que las conoces, cuelgan en densos y pesados racimos entre [grandes] hojas en forma de abanico), o bien, más probablemente, de ligustro, las cuales crecen en pequeñas [y delicadas] espigas verticales, en medio de hojas verdes, estrechas y largas. Las bayas de color rosa violáceo ocultas entre pequeñas hojas pueden ser de guillomo; en realidad, estas son rojizas, pero cuando empiezan a pasarse [y a picarse], al final de la temporada, tienen a menudo un tono púrpura rojizo; las hojas son parecidas a las del mirto, pequeñas, puntiagudas y de un verde oscuro, correosas en la superficie superior y rugosas en la inferior.

   [...] Oh, Sonitschka, he experimentado un agudo dolor recientemente. Al patio donde camino llegan a menudo furgones militares cargados con mochilas, capotes raídos y camisas de soldados, a veces manchadas de sangre…Los descargan aquí y reparten las prendas por las celdas, para que las presas las zurzan, y después vuelven a recogerlas. Hace unos días llegó uno de estos carruajes, pero esta vez tirado por búfalos, no por caballos. Nunca antes había visto de cerca a esos animales. Son más fuertes y corpulentos que nuestros bueyes, con cabezas aplanadas y cuernos curvados, por lo que sus cráneos parecen los de nuestros borregos. Son negros y tienen ojos grandes[, negros] y apacibles. Vienen de Rumanía, se trata de un botín de guerra. Los soldados que los conducen dicen que fue muy difícil atrapar a estos animales salvajes y habituarlos al tiro, pues siempre habían vivido en libertad. Han sido azotados sin piedad, [hasta que han aprendido que han perdido la guerra], siguiendo la máxima del vae victis. Hay más de un centenar en Breslavia y, acostumbrados a los abundantes pastos de Rumanía, reciben ahora un miserable y escaso forraje. Los obligan a trabajar sin parar, transportando todo tipo de cargas imposibles, por lo que no tardan en morir. Pues bien, hace unos días, llegó una carreta tan cargada de sacos que los búfalos no lograban franquear la puerta de entrada. El soldado que los conducía, un tipo muy bruto, comenzó a golpearlos con el grueso mango de su fusta de tal manera que la carcelera que hacía guardia a la puerta, indignada, le preguntó si acaso no sentía lástima por aquellos animales. «¡ Nadie se apiada de nosotros, que somos hombres!», respondió él con una perversa sonrisa, y golpeó con más fuerza aún a los animales. Finalmente, los búfalos lograron salvar el obstáculo, pero uno de ellos estaba sangrando.

    [...] Sonitschka, la piel del búfalo es conocida por su grosor y su dureza, y sin embargo había sido desgarrada. Mientras el carro era descargado, los animales permanecieron inmóviles, exhaustos. El que sangraba tenía en su cara negra y sus tiernos ojos [negros] una expresión que recordaba a un niño cuando llora, uno que ha sido severamente castigado y no sabe por qué, [ni para qué], ni cómo librarse del tormento y de la brutalidad. Me paré frente a él, y el animal me miró; las lágrimas que brotaron de mis ojos eran sus lágrimas. El sufrimiento de un amado hermano no podría haberme conmovido más profundamente de lo que lo hizo aquella silenciosa agonía ante la que me sentía impotente. ¡Cuán lejos, perdidos para siempre, quedaban los verdes y frondosos prados de Rumanía! Qué diferentes eran allí la luz del sol y el soplo del viento; qué diferentes el [hermoso] canto de los pájaros y la melodiosa llamada del pastor. Y aquí, las [desconocidas y] espantosas calles, el establo asfixiante, el heno [nauseabundo,] mohoso y mezclado con paja podrida, los hombres, extraños y terribles, y los golpes, la sangre que mana de la abierta herida…Oh, mi pobre búfalo, ¡pobre y querido hermano! Henos aquí a los dos, impotentes y mudos, somos uno solo en el dolor, la debilidad y el anhelo. Mientras tanto, las presas rodeaban afanosamente el carro, descargaban los pesados sacos y los arrastraban hacia el edificio. Y el soldado, con las manos en los bolsillos, se paseaba por el patio dando grandes zancadas al tiempo que sonreía y silbaba una canción callejera. 

    [...] Escríbeme pronto. Un abrazo, Sonitschka. 

    Tu Rosa 

    Tu Rosa 

    Tu Rosa 

    Sonjuscha, querida, conserva la calma y la serenidad a pesar de todo. Así es la vida y así hay que tomarla, valientemente, con la cabeza erguida y una sonrisa en los labios, a pesar de las circunstancias.*

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   En la Humoreske de Schumann existe una línea de notas para la «voz interior» —como escribió el propio compositor — que resuena en el oído interno del pianista, pero que no se toca. En el texto también debe existir una voz interior que no signifique nada, pero que roce o punce. Los textos que carecen de voz interior están muertos. Tan solo constan de información. En cambio, la voz interior es el punctum del texto. Adoro la zarabanda. Por eso quisiera llamar a la voz interior de mis textos «zarabanda».

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Ella percibe como dolor cualquier contacto, excepto las caricias.

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«La percepción absolutamente silenciosa se asemeja a una imagen fotográfica con un tiempo de exposición muy largo . La fotografía del Boulevard du Temple de Daguerre presenta en realidad una calle parisina muy concurrida. Sin embargo, debido al tiempo de exposición extremadamente largo, típico del daguerrotipo, todo lo que se mueve se hace desaparecer. Solo es visible lo que permanece quieto. El Boulevard du Temple irradia una calma casi pueblerina», en la que todo ruido está proscrito. «Además de los edificios y los árboles, solo se ve una figura humana, un hombre a quien limpian los zapatos, y por eso está quieto». Solo lo largo y lento se hace realidad. «Todo lo que se apresura», todo lo que tiene prisa —y todos nosotros tenemos prisa—, «está condenado a desaparecer. El Boulevard du Temple puede interpretarse como un mundo visto con el ojo divino. A su mirada redentora solo aparecen los que permanecen en silencio contemplativo. Es el silencio lo que redime».

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Lo hermoso no es el brillo momentáneo, la atracción inmediata, sino la silenciosa persistencia de la estela. La belleza es una rezagada. No es hasta un tiempo después cuando las cosas revelan su fragante esencia, compuesta de sedimentos temporales de lenta fosforescencia.

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Sobre el eros


   En los últimos tiempos se ha proclamado con frecuencia el final del amor. Se asegura que en la actualidad el amor está agonizando por culpa de la infinita libertad de elección y de la multiplicidad de opciones. En Tinder, de hecho, hay infinitas opciones. En un mundo de posibilidades ilimitadas, se dice, no es posible el amor . También se lamenta que se haya enfriado la pasión, que se haya racionalizado el amor o que se haya expandido la tecnología de la elección. Sin embargo , estas tesis pasan por alto algo que hoy en día está ocurriendo y que, en esencia, deteriora el amor más aún que la libertad sin límites o que las infinitas posibilidades: lo que conduce a la crisis del amor es precisamente la desaparición del otro, que se está manifestando en todos los ámbitos de la vida y que va acompañada de una creciente narcisificación de uno mismo. Que el otro desaparezca constituye un proceso realmente dramático, aunque, de un modo fatal, muchas personas casi no se den cuenta de que se está produciendo.

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Sobre la esperanza


...Él pasó su última noche en medio del bosque . En medio del bosque . Los demás regresaron y él se quedó a dormir allí. En el bosque. Aquellos fueron su último sueño y su última noche. A la mañana siguiente, la pintora y su hija regresaron a donde él se encontraba. Walter Benjamin logró atravesar entonces la frontera hasta España, pero allí la policía los detuvo a todos y los confinó en un hostal con la intención de deportarlos a Alemania , a un campo de concentración. Ante esta situación sin salida, Benjamin decidió suicidarse.

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Ya no somos divinos, ya no somos dioses. Nos hemos convertido en siervos, en un rebaño. Es la triste realidad: hoy somos un rebaño del rendimiento, un rebaño de la información, anegado por el smartphone. Es un asunto muy triste. Vivimos en un infierno en el que ya no queda nada de la divinidad. Pero podríamos haber sido dioses , podríamos haber sido divinos.

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Esperar significa, como expresa maravillosamente Gabriel Marcel, «dar crédito a la realidad». Qué expresión: «Dar crédito a la realidad».

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La propia libertad, sin la cual la acción resultaría inconcebible en el sentido enfático, es ya por sí misma una idea que da sentido. Sin idea, sin sentido, la vida se reduce a mera supervivencia o, como ocurre hoy, a inmanencia del consumo, a una vida sin más. Los consumidores no esperan. Tan solo tienen deseos y necesidades que hay que satisfacer. Tampoco necesitan un futuro. Viven en el presente del consumo. Allí donde el consumo lo ocupa todo, también el tiempo queda reducido al presente de la necesidad y de la satisfacción de las necesidades. El capitalismo se afana en maximizar las necesidades y los deseos. La esperanza no forma parte de la lógica del capital. Quien espera no consume. Ese es el problema. Esto significa que el capitalismo aniquila la esperanza y, de ese modo , nos convierte en un rebaño del consumo. La esperanza no puede ni capitalizarse ni monetizarse.

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Y, sobre todo, nunca cuestiona las estructuras sociales en las que las cosas se encuentran integradas y que determinan la evolución de estas. En realidad, se halla sometido, sin esperanza alguna, al sistema social vigente, pero no es consciente de ello. Así pues, no tiene capacidad alguna para hacer la crítica básica. Quien espera puede criticar. Quien es optimista carece de capacidad de crítica. Por eso yo no soy optimista. Soy una persona esperanzada. En consecuencia, lo que necesitamos hoy en día no es optimismo, sino una esperanza radical en lo nuevo, en una forma de vida completamente distinta, que nazca de la negatividad, de la crítica.

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El culto a la positividad hace que las personas a quienes les va mal se sientan culpables, en lugar de apelar a la sociedad y responsabilizarla de su sufrimiento. El sufrimiento siempre está condicionado por la sociedad, pero la psicología positiva lo psicologiza y lo privatiza.

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El culto a la positividad aísla a los seres humanos, los vuelve egoístas y erosiona la empatía, porque la gente deja de interesarse por el sufrimiento de los demás. Cada cual se ocupa solo de sí mismo, de su propia felicidad y de su propio bienestar. El culto a la positividad en el régimen neoliberal mina la solidaridad de la sociedad. En cambio, la esperanza, a diferencia del pensamiento positivo, no evita la negatividad de la vida. La tiene presente. Además, tampoco aísla a los seres humanos, sino que los une y los reconcilia. Así pues, el sujeto de la esperanza somos nosotros.

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La palabra alemana Angst (‘miedo’) significaba en origen ‘angostura’. De hecho, al estrechar y obstruir la vista, ahoga cualquier amplitud, cualquier perspectiva. Quien tiene miedo se siente acorralado. El miedo va acompañado de la sensación de estar atrapado, encerrado. Cuando sentimos miedo, el mundo nos parece una prisión. Todas las puertas que deberían estar abiertas se encuentran cerradas. El miedo cierra el paso al futuro, impidiéndonos acceder a lo posible.

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La depresión constituye la expresión patológica de la desesperanza total. El futuro agotado es la temporalidad de la depresión. El tiempo deprimido, agotado, se opone diametralmente al Hoch-Zeit, o tiempo sublime, al tiempo de la fiesta. Al tiempo depresivo le falta el futuro que aviva, que da alas, que inspira, es decir, el avenir. La depresión se experimenta como si se tratara de una cárcel en la que no hay escapatoria posible. La esperanza es el salto, el impulso que nos libera de la depresión, del futuro agotado.




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