Diario filosófico (1914-1916), Wittgenstein

 


15.10.1914
Cuando se tiene miedo a la verdad (como me ocurre a mí ahora), no se presiente la entera verdad.

15.11.1914
¡Ante todo no preocuparse nunca por lo que uno haya podido escribir antes! ¡Comenzar ante todo a pensar siempre de nuevo, como si aún no hubiera ocurrido nada!

8.3.1915 
Mi dificultad es sólo una —enorme— dificultad de expresión.

1.5.1915
Todas las teorías que dicen: «Tiene que ser así, de lo contrario no podríamos filosofar» o «de otro modo no podríamos vivir», etc. etc. tienen naturalmente que desaparecer.

23.5.1915 
Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo. (5.6.)

Sólo existe, realmente, un alma del mundo, a la que preferentemente llamo mi alma, y a la que en cuanto tal yo solo concibo lo que llamo las almas de otros.

6.7.1916 
Y en este sentido Dostoievski tiene, sin duda, razón cuando dice que quien es feliz, satisface la finalidad de la existencia. 
O cabría expresarlo también señalando que satisface la finalidad de la existencia quien no necesita de finalidad alguna fuera de la vida misma. Esto es, quien está satisfecho. 
La solución del problema de la vida se percibe en la desaparición de este problema. (Vid. 6.521.) Pero ¿cabe vivir de un modo tal que la vida deje de ser problemática? ¿Que se viva en lo eterno y no en el tiempo?

8.7.1916 
Creer en un Dios quiere decir comprender el sentido de la vida. 
Creer en un Dios quiere decir ver que con los hechos del mundo no basta. 
Creer en Dios quiere decir ver que la vida tiene un sentido. 
El mundo me viene dado, esto es, mi voluntad se allega al mundo enteramente desde fuera como teniéndoselas que haber con algo acabado. 
(Qué es mi voluntad, es cosa que todavía ignoro.) De ahí que tengamos el sentimiento de depender de una voluntad extraña. 
Sea como fuere, en algún sentido y en cualquier caso somos dependientes, y a aquello de lo que dependemos podemos llamarlo Dios. 
Dios sería en este sentido sencillamente el destino o, lo que es igual: el mundo —independiente de nuestra voluntad—. 
Del destino no puedo independizarme. 
Hay dos divinidades: el mundo y mi yo independiente. 
Soy feliz o desgraciado, eso es todo. Cabe decir: no existe lo bueno y lo malo. 
Quien es feliz no debe sentir temor. Ni siquiera ante la muerte.
Sólo quien no vive en el tiempo, haciéndolo en el presente, es feliz. 
Para la vida en el presente no hay muerte. 
La muerte no es un acontecimiento de la vida. No es un hecho del mundo (Cfr.6.4311.) 
Si como eternidad no se entiende una duración temporal infinita sino atemporalidad, entonces puede decirse que vive eternamente quien vive en el presente. (Vid.6.4311.) 
Para vivir feliz tengo que estar en concordancia con el mundo. Y a esto se llama «ser feliz». 
Estoy entonces, por así decirlo, en concordancia con aquella voluntad ajena de la que parezco dependiente. Esto es: «cumplo la voluntad de Dios». 
El temor a la muerte es el mejor signo de una vida falsa, esto es mala. 
Si mi conciencia me desequilibra es que no estoy en concordancia con algo. Pero ¿qué es ello? ¿Es el mundo? 
Por supuesto que es correcto decir: la conciencia es la voz de Dios. 
Por ejemplo: me hace desgraciado pensar que he ofendido a este y al otro. ¿Es esto mi conciencia? 
¿Cabe decir: «Actúa de acuerdo con tu conciencia, sea ésta cual fuere»? 
¡Vive feliz!

13.8.1916 
Suponiendo que el ser humano no pudiera ejercer su voluntad, pero se viera obligado a sufrir la entera miseria de este mundo, ¿qué podría hacerle entonces feliz? 
¿Cómo puede el ser humano aspirar a ser feliz, si no puede resguardarse de la miseria de este mundo? 
Por la vida del conocimiento, precisamente. 
La buena conciencia es la felicidad que procura la vida del conocimiento. 
La vida del conocimiento es la vida que es feliz, a pesar de la miseria del mundo. 
Sólo es feliz la vida que puede renunciar a las amenidades de este mundo. 
Una vida para la que esas amenidades no son sino otros tantos regalos del destino.


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