Memorias de mis putas tristes, Gabriel García Márquez



La casa, como todo burdel al amanecer, era lo más cercano al paraíso.

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Ximena iba haciéndose más voraz cuanto mejor nos conocíamos, se aligeraba de corpiños y pollerines a medida que apretaban los bochornos de junio, y era fácil imaginarse el poder de demolición que debía tener en la penumbra.

 

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