La muerte contada por un sapiens a un neandertal, Juan José Millás y Juan Luis Arsuaga


Dos. Vive rápido, muere joven y deja un cadáver bonito

—A mí. A mí me desasosiega la idea porque identifico la eternidad con la tarde de un domingo que no se terminara nunca. Desde pequeño, me dan pánico los domingos por la tarde.
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La nieve, que hasta ese momento había caído en abundancia pero con mansedumbre, se precipitaba ahora con furia contra el parabrisas, lo que excitaba y estimulaba a Arsuaga. A mí no. A mí me recordaba la nevada de un domingo por la tarde de mi infancia, un domingo por la tarde eterno que aquellos copos blancos, observados desde la ventana de un dormitorio destartalado y frío, hacían, si cabe, más eterno. He pasado toda la vida dentro de aquella tarde. No he logrado salir de ella. La nieve de ese día vino a recordarme la de ayer.—Ciertas corrientes de animalismo, ciertas corrientes de ecologismo, además de la archifamosa hipótesis Gaia, según la cual la Tierra es un superorganismo, son formas de aferrarse al pensamiento mágico para sobrellevar la angustia de la falta de sentido de la existencia. Pero no hay resquicio alguno para la esperanza, Millás: hemos surgido por azar en un universo indiferente, un universo que ni siquiera es cruel u hostil. Es mucho peor que eso: es indiferente—repitió.

Cuatro. Seamos epicúreos

—De ahí que las especies que mueren en el momento de reproducirse reciban el nombre de semélparas.—¡Qué bueno—exclamo— lo de implantarse el feto en el muslo, como si fuera un injerto! ¡Y qué intuición respecto a los avances de la genética contemporánea!—Los semélparos—concluye Arsuaga— se quitan la responsabilidad de cuidar y educar a los hijos.
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—No busques el sentido. Conviértete en un epicúreo, disfruta de lo que eres. Te han regalado la consciencia, que es uno de los productos más raros de la evolución. No hay más.
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—Me pasa como a Darwin. Cuando murió su hija, dijo: «Hasta aquí».—¿Cómo fue?—Se llamaba Annie, tenía diez años. Era la alegría del padre. Enfermó, se cree que de tuberculosis. La llevó a un hospital de curas especiales en el que le aplicaban los tratamientos de la época, tratamientos muy crueles que incluían duchas de agua helada. Cuando murió, Darwin dijo: «Hasta aquí hemos llegado».
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—Tú, con setenta y cinco años, no deberías estar vivo—responde él.—Gracias.—Y como no deberías estar vivo, no le puedes preguntar a la selección natural por qué no ha eliminado esos genes que te destruyen, porque la selección natural te respondería: «Es que usted tendría que estar muerto».

Cinco. La hipótesis de la abuela

—Olvídalo. Lo que te quería decir es que a lo mejor tú eres una basura, pero tus genes no. Tus genes son los del cazador-recolector, los de los hombres que cruzaban ríos, que atravesaban la tundra, que pasaban frío o calor y que comían, con suerte, una vez al día. ¿Qué has hecho tú para merecerte una merluza al vapor?
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—Porque lo normal en el ser humano, cuando se reúne con los otros para charlar o para comer, es permanecer en cuclillas, sin que las nalgas lleguen a tocar el suelo. «Descanso activo», así se llama porque hay una tensión muscular muy saludable. Cuando tus hijos eran pequeños, ¿no te costó que aceptaran sentarse en el orinal para hacer caca?—Sí—recuerdo.—Porque la posición normal para defecar es también la posición de cuclillas. En los países donde lo hacen de ese modo no existen prácticamente los divertículos ni las hemorroides. Si yo pudiera rebobinar la Historia, eliminaría el azúcar refinada y la silla. La silla es un invento diabólico, créetelo.
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—¿Pero por qué está programada la menopausia?—Por eso mismo, porque tener hijos en edades próximas a los setenta sería un despilfarro, una inversión de energía absurda, porque lo más probable es que el hijo quedara huérfano y muriera. Los huérfanos, en el Paleolítico, y no solo en el Paleolítico, tienen muy pocas probabilidades de sobrevivir.

Seis. Desnudo y saciado

—Lo que hayas adelgazado no tiene nada que ver. Para el hombre del Paleolítico lo bueno no es comer cinco veces al día, es comer un día cinco veces y otro, una o ninguna. Ana María Cuervo, que es la codirectora de Estudios sobre el Envejecimiento de la Escuela de Medicina Albert Einstein, en Nueva York, defiende la restricción calórica y la ingesta irregular para que los productos de desecho del metabolismo de las células no se queden ahí y sean redigeridos, porque son tóxicos. En otras palabras, que hay que dejar descansar al aparato digestivo.

Nueve. Comida para el león

—Para entendernos—continúa el paleontólogo—, en la vejez se encuentran los seres humanos que, como tú, en la naturaleza ya estarían muertos. Recuerda la máxima de la que ya hemos hablado y que volveremos a repetir: en la naturaleza, o plenitud o muerte.
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—Hoy lo has entendido. ¿Cómo es que la selección natural no ha eliminado las cataratas en un señor de ochenta años?—Porque debería haber muerto hace diez. El cristalino dura en buen estado lo que tiene que durar, no más. Sería un despilfarro, un gasto inútil, que diría Ford, el de los coches.—Muy bien. Ha escapado a las leyes de la selección natural, pero está expuesto a las cataratas, al alzhéimer y a un largo etcétera de enfermedades que se conocen bien en las residencias de ancianos. Y eso es la vejez, Millás, los genes. Entendido esto, porque lo has entendido, ¿verdad? Me he dado cuenta de que a veces finges que entiendes…

Trece. La vida secreta

—La alternativa a la teoría de la muerte programada—continúa— es la teoría Medawar/Williams, de la que ya hemos hablado. La muerte y la vejez, dicen ellos, no están programadas. Son simplemente el resultado de la acumulación de muchísimas mutaciones que la selección natural no ha podido eliminar a lo largo de nuestra historia evolutiva porque se expresan muy tarde, cuando ya no vive casi nadie, y quedan fuera de su radar. Y también el precio que hay que pagar por ser dioses en la juventud.

Quince. Ventajas e inconvenientes

—A los de arriba—dijo señalando con el dedo hacia el techo del Nissan— les disgusta que hagamos planes sin contar con ellos. Los dioses utilizan mucho el infarto para castigar este tipo de insolencia. El cáncer es más responsabilidad nuestra, hay muchos cánceres ambientales, pero el infarto es el modo de ejecución preferido por los dioses.
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—Es que tengo pruebas. El infarto es inexplicable. De repente, a alguien que no fumaba ni bebía, que estaba bien, que se acababa de hacer un chequeo, que llevaba una vida ejemplar, plaf, se le rompe el corazón. ¿Por qué? Por hacer planes sin contar con los dioses. Conozco casos que te estremecerían.
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—Pues eso es exactamente lo que nos pasa a los seres humanos modernos y lo que les ocurre a los animales salvajes del zoo y también a nuestras mascotas: que, sobrepasada la edad en la que habríamos muerto de vivir en la naturaleza, comienzan a expresarse los genes de efectos perjudiciales, pero tardíos, que se han ido acumulando a lo largo de la evolución de la especie. No me canso de repetirlo: la selección natural no podía ver esas mutaciones perjudiciales porque nunca se expresaban, ya que sus portadores morían antes. Al no verlas, tampoco podía eliminarlas.—Eso es la vejez.

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