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Mostrando entradas de mayo, 2021

14, Jean Echenoz

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Durante los minutos siguientes, el Aviatik y el Farman se sobrevuelan, se cruzan, se evitan, se juntan hasta casi tocarse sin perderse de vista, trazando lo que serán las figuras principales de la acrobacia aérea —rizo, tonel, barrena, humpty-bump, immelmann—, cada cual buscando la finta al tiempo que el mejor ángulo de ataque para asegurarse una posición ventajosa a la hora de disparar. Charles se ha acurrucado en el asiento sujetando con firmeza la pistola con ambas manos, mientras que el observador enemigo, por el contrario, orienta incesantemente el cañón del fusil. Cuando Noblès lanza de pronto el avión hacia el cielo, el Aviatik lo sigue de cerca y se desliza debajo para ascender bruscamente virando y encarando de paso al Farman, en el que Charles queda ocultado por su piloto y por lo tanto sin posibilidad de actuar. Entonces brota un solo disparo del fusil de artillería: una bala atraviesa doce metros de aire a setecientos metros de altura y mil por segundo y penetra

Correr, Jean Echenoz

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Emil busca por todas partes al portador del cartel donde debe aparecer el nombre de su país, Czechoslovakia y, no bien lo encuentra, se presenta tendiéndole la mano y sonriendo como siempre. De nuevo es un soldado americano, quien examina a Emil como lo hiciera la víspera el capitán, busca con la mirada a alguien detrás de él, no ve a nadie e inquiere volviéndose hacia Emil: ¿Cómo, sólo uno? Emil podría empezar a acostumbrarse pero no, está azorado y asiente con un gesto. Sí, acaba contestando, sólo uno. El soldado no puede ocultar el desprecio que le inspira ese pringado. Al principio no le parecía tan mal desfilar ante un grupo de atletas, ahora se siente ridículo teniendo que andar ante un solo hombre. Su nombre es Joe y, de repente, a Joe se le quitan las ganas de todo. Está casi humillado. Lo mandaría todo a paseo, pero ya es un poco tarde. Demasiado tarde: la banda militar ataca las primeras notas de una marcha de apertura. Joe esgrime tristemente una torva sonrisa. A

Feria, Ana Iris Simón

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Una vez allí abrió las puertas de su armario, un armario empotrado de madera oscura que también era muy grande o al menos a mí, con mis cinco años, me lo parecía. Se puso en cuclillas para estar a mi altura, como un rato antes, en la cocina, había hecho la Ana Mari, y de uno de los cajones en los que guardaban las sábanas y la ropa interior sacó un bote que seguramente habría contenido pisto o tomate natural del que hacía mi abuelo Vicente pero que ahora contenía un feto. Flotaba en un líquido que recuerdo verdoso pero que probablemente no lo era. Se le intuían los bracitos doblados, las manitas, tan pequeñas. Sus ojos parecían los de un extraterrestre minúsculo y me dio la sensación de haber estado horas mirádolo aunque seguramente fueran solo unos segundos. Mi padre volvió a guardar el bote entre las sábanas, en el cajón, y me explicó entonces que aquello era un feto y que lo que había ocurrido era un aborto. Que antes de que yo naciera mi madre tuvo otro, otro hermanito