Cosas pequeñas como esas, Claire Keegan

 


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–Supongo–dijo y se estiró y apagó la luz–. Siempre hay alguien a quien le toca sacar la paja corta.
...

Una vez, recogió y llevó al pueblo a un hombre de St. Mullins que tenía que pagar una factura y él le dijo que habían tenido que vender el automóvil porque no podían dormir sabiendo lo que debían, y que el banco les estaba cayendo encima. Y una mañana temprano, Furlong había visto a un chico en uniforme escolar tomándose la leche del cuenco del gato, detrás de la casa del cura.
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Enseguida recuperó el control y llegó a la conclusión de que nunca se volvía a lo que había pasado; a cada uno se le daban días y oportunidades que no volvían a tenerse. ¿No era acaso agradable estar donde estabas y dejar que, por una vez, eso te recordara el pasado, a pesar del malestar, en lugar de estar siempre pendiente de la mecánica de los días y los problemas futuros, que tal vez nunca llegasen?


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