En agosto nos vemos, Gabriel García Márquez

 



comprobó que todo él estaba cubierto por un vello espeso y tierno como musgo en abril.
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Habían dado las dos cuando un trueno sacudió los estribos de la casa, y el viento forzó el pestillo de la ventana. Ella se apresuró a cerrarla, y en el mediodía instantáneo de otro relámpago vio la laguna encrespada, y a través de la lluvia vio la luna inmensa en el horizonte y las garzas azules aleteando sin aire en la borrasca. Él dormía.

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P.D: Siempre te querremos, desde aquélla primavera donde todo comenzó con un tomo de tus obras en un puesto callejero a 600 pesetas y que alguien no dudó en prestarme, bajo una amistad ya eternizada y olvidada, aunque finalmente hallé las pocas monedas en ello fondo de mi bolsillo. 


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