El Quijote de Wellesley, Javier Marías

 


Cervantes y el “Quijote”

—Episodio de Andrés. En este episodio aparece por vez primera una cuestión interesante a lo largo de todo el libro, con dos vertientes: 1) el sentido de la justicia de Don Quijote; 2) el bien o el mal que hace, es decir, la consecución o fracaso de sus propósitos. Fijarse en que ésta es una de las muy escasas ocasiones en las que su ánimo de deshacer entuertos encuentra uno verdadero, real. El muchacho Andrés está atado a un árbol y su amo lo está azotando violentamente. Don Quijote interviene, toma por caballero a Juan Haldudo, lo conmina a que suelte a Andrés y le hace jurar que le dará lo que le debe de su paga. Don Quijote escucha las razones de Haldudo, pero dictamina en favor de Andrés (50, «Bien está todo eso», etc.). Así pues, hay dos momentos de Don Quijote en su sentido de la justicia: primero, ve a alguien «que no puede defenderse» maltratado por el labrador; opta, por tanto, por socorrer al primero. Sin embargo, el labrador, aunque asustado, expone sus razones, y Don Quijote les presta atención. Tras oírlas, fallará de nuevo en favor del desvalido Andrés. Cabe preguntarse si el fallo es justo o no (quizá podría haber una condena del método —latigazos—, pero no de las razones de Haldudo, etc.). Por otra parte, está la cuestión de su eficacia o consecución de sus propósitos. Veamos que la intervención de Don Quijote, con toda su buena intención, resulta perjudicial para Andrés, como él mismo se lo hará saber cuando se lo encuentre de nuevo en el capítulo 31 (316). Andrés, si no hubiera intervenido Don Quijote, se habría aguantado con la tanda de latigazos dispuestos en un principio; al provocar nuestro caballero la cólera de Juan Haldudo, una vez que aquél se ha marchado (confiando en la palabra de un «caballero»), éste se ensañará con Andrés y le hará pagar a él por las afrentas e insultos de Don Quijote. Puede decirse, así, que Andrés no sólo sale mal librado, sino que además paga por «culpas» ajenas, las de Don Quijote. ¿Se puede colegir de este episodio que Don Quijote en realidad hace el mal en vez de hacer el bien, como es su deseo? Aquí hay que tener en cuenta un elemento importante, señalado por P. E. Russell, respecto a cómo se consideraban en el siglo XVII las acciones de los hombres (y esto puede explicar en parte, como Russell apunta, el porqué de que el Quijote sea considerado un libro eminentemente cómico hasta finales del XVIII).[5] No se las juzgaba por la intención, sino por el resultado. La consideración de las intenciones como elemento determinante a la hora de juzgar los actos humanos no aparece hasta el Romanticismo, y por eso hay que considerar —desde la perspectiva del XVII, quizá desde la de Cervantes— que el resultado de la intervención de Don Quijote invalida totalmente la acción. Pero somos gente del siglo XX, y quizá hemos de verla de distinta manera. ¿Cómo? Por último, respecto a este episodio, ¿cabe colegir que, en efecto —como colige el propio Don Quijote—, hacen falta los caballeros andantes? ¿Que la injusticia reina en el mundo y hay que ponerle remedio? Imaginemos por un instante que el resultado de la acción de Don Quijote es eficaz, que logra que Juan Haldudo desate al muchacho y le pague lo que le debe sin tomar represalias. ¿No habría sido en este caso la intervención absolutamente deseable y procedente? ¿No habría quedado Andrés libre y agradecido, como lo está en un principio, cuando ve que es defendido? Eso es lo último que ve Don Quijote, y por tanto, para él, y dentro del mundo real (recordemos que aquí la injusticia es real), su decisión de hacerse caballero andante se verá reforzada y sancionada. Este episodio es el que lo consagra, y no en tanto que loco, sino, con fundamento (aunque éste sea erróneo), como bienhechor de la humanidad. Justiciero al margen de lo establecido por la ley.
...
¿Cómo es la locura de Don Quijote? Es, lo vemos una vez más, una locura de referencias, es una locura en la que, en efecto, la memoria, la experiencia literaria, desempeñan un papel definitivo. Quizá, por ejemplo, en el capítulo anterior, ve a los hombres que atacan al ventero como simples rústicos porque la escena —recuérdese que el forcejeo es por dinero, se trata de una vulgarísima discusión por unas perras— no le remite a ninguna de las que almacena su memoria literaria. Y quizá por eso les da «buenas razones».
Nuestra ventura

Todo el mundo da por leído el Quijote aun cuando jamás haya tenido un ejemplar de esa obra en sus manos, del mismo modo que casi nadie ha leído los Evangelios y sin embargo todos creemos haberlos leído porque conocemos demasiado bien la historia que cuentan, aunque no sepamos cómo: una mezcla de tradición oral, cuadros, películas y procesiones de Semana Santa. Por eso no se puede recomendar la lectura del Quijote apelando a la necesidad de ser culto, ni diciendo que es un libro ineludible, pues todos los libros son eludibles si el posible lector tiene la sensación de haberlos leído ya. Quienes se escandalizan porque alguien diga «No he leído tal novela, pero he visto la película», adolecen de un trasnochado puritanismo. Hay muchos casos en que «la película» puede bastar, y suele bastar cuando la obra de la que parte es eminentemente —casi sólo— una narración, pura y simple, algo que también podría haberse contado con otras palabras que las que se emplearon para contarlo. El Quijote tiene una dimensión en la que sus palabras son intercambiables y sustituibles, pues eso es propio de toda novela. Por eso, las razones para leerlo hoy, en sus propias y únicas palabras, hay que buscarlas en aquello que dice y no puede decirse «otra vez» ni «de otra manera», y que en buena medida es lo que sostiene a través del tiempo las imágenes y los episodios que sí son transmisibles. El Quijote es en su primera parte la historia de una locura decidida, deliberada, determinada por quien la padece, y en la segunda es la historia de esa misma locura no ya aceptada, sino fomentada, querida, propiciada por los demás. Es, por tanto, la historia del deseo de ser otro del que se es (y de su logro), y de la imposición por parte de los demás de que cada uno sea alguien, verdadero o falso, pero sólo uno. El Quijote encierra mucho más, pero sólo por haber tratado de la manera más sutil y compleja esta cuestión vital para todo individuo y toda sociedad, ya merece ser leído hoy. Pues ¿quién, en todo tiempo y lugar, no ha querido ser otro del que es? ¿Y quién no ha temido lograrlo y querer después volver a ser el que fue y dejó de ser? ¿Quién no teme hoy, en suma, las palabras del propio Cervantes? Dijo: «Tú mismo te has forjado tu ventura».


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