El año de la muerte de Manuel Ray Olvido

     A las 9:50 ofreció su último estertor de queja, paciencia, lástima, belleza al mundo. No hubo Dios en la habitación, ni ahora ni antes, no hubo santidades ni imágenes históricas, hubo palabras de un hombre, susurros, caricias, frases de amor y momentos de belleza humana, hubo un hijo y un padre, un pasado y un presente, hubo un todo que respiraba en cortes de aliento urgente, nada más, nada menos.

    Queda el sufrimiento durante semanas, boca que no se abre, alimento que no llega, agua que salva, aire fresco que reconforta, noches y días tristes y gritos de gente de fuera para calmar su ira, hijas que lanzan insultos y se apropian del ser, para mitigar su inmundicia. Él no supo que fue ahogado por la falta de amor de la hija, vestida de cordero con colmillos de osa, dando zarpazos a toda moneda que se escapaba de su control.

    Ella sembró maldad cada día de su visita, él no supo verlo, cegado por la necesidad de no sentirse solo ante el dolor del sufrimiento. La madre estaba a un lado, callada, afirmando ante la misma soledad del marido.

    Manuel Ray Olvido se fue junto al hijo ante el que había sentido vergüenza, se perdonaron en esta soledad compartida, muerte y vida, mirándole con los ojos abiertos del que no mira, respiraciones del que se agota, una mirada en la que se dijeron que tal vez todo no había valido la pena, la vergüenza, la ira, la pena, la rabia que había llenado tantos días y fatídicos años, los demás usurpando el pensamiento, demás que ahora no estaban en ningún sitio, solo, ambos, tristes, solos, tristes, solos.

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