El hacedor (de Borges), Remake it, Agustín Borges Perse

 


Yo, que tantas mujeres he sido, no he sido nunca aquella en cuyo abrazo desfallecía Alejandro, ni aquella que se despedía y acariciaba su mejilla cada mañana antes de la batalla, que se despedía mirándole las cicatrices y contándolas de memoria una a una y recordando que la daga que ahora brilla en la funda del otro será la daga que le atraviese el pasado y acabe con los secretos, con la memoria que lo envuelve, y que con él muera el águila que vio sobre el monte que hospedaba al ejército que iba a aniquilar a todos sus hombres cuyos recuerdos morirían para siempre y cuyas mujeres desfallecerían al caer la noche, Alejandro era sin porqué, stat rosa pristina nomine nomina nuda tenemus, como Borges, como María, a esta me la salto,  nada en la nada, todo en el todo, Homero regresando a Ítaca y Ulises escribiendo sobre una mesa, como esta desde la que escribo ahora, historias que aquel, el otro, leyó después y reescribió saltándose párrafos enteros donde aparecía degollando a mujeres y niños que impedían volver a su tierra para amar a su mujer y a su hijo, la historia reescrita por aquellos que aman la parcial verdad por encima de la tersura de lo verídico, al igual que cuando regresé, siempre regresando, mi vida es y ha sido un contínuo regreso a dónde no quería habitar, descubrir que los viajes en el tiempo existen, experimentar aquella imagen de la película Cinema Paradiso cuando Totó ya anciano regresa para asistir al entierro y encontrar que los rostros jóvenes ahora son de golpe, en una centésima de milisegundo, cincuenta años más viejos, viaje en el tiempo triste, desolador, se viaja hacia delante, nunca hacia atrás, se conservan las caras en el fondo de la memoria, los reconoce, pero no acierta a comprender cómo ha sido ese salto sin él, un error de cálculo, un error del tiempo, saltaron de niños a ancianos en una mañana y te das cuenta que da igual donde huyas, donde te escondas para no pertenecer a tu infancia, siempre alguien te llevará a ella y te recordará que no eres quien tu piensas, sigues siendo esas calles y estás en esas caras que se han fijado una a una en tu vida, Proust en cada rincón, Hemingway acercando un plato de sopa a Fitzgerald como una madre que trata de atrapar el momento del gozo del hijo que desaparecerá, inútil todo, inútil guardar la obra bajo una vitrina de cristal para que el tiempo no la destruya, cierro los ojos y veo una bandada de cuervos atravesar los campos de trigo, Sancho Quijote, Quijote Sancho, los dibujos animados relampagueando en la televisión bajo un calor abrasador que gotea en la piel de los niños como futuros amantes de las noches de verano cuando Borges ya sea el otro y María ya sea la otra, a esta me la vuelvo a saltar, bibliotecas intocables para salvar el nombre del que usó los nombres para nombrar lo innombrable, la muerte en la batalla, el ajedrez en la batalla, el amor en la batalla, la edición en la batalla, luchas por la soberbia que llevan a ignorar que lo que no se toca se pudre, se lo lleva el viento hacia otras islas que nadie jamás pisará, yo soy aquella que no fue nadie ya y que será eternamente una letra impresa en cuarto mayor y en pantalla digital, soy lo que existió en las yemas de un hombre que una mañana a oscuras decidió hacerme eterna como el Tulicrem.


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