Berta Isla, Javier Marías

 




Parte II
Capítulo 10 
Nada pesa sin misterio, sin bruma, y nos encaminamos hacia una realidad sin tinieblas, casi sin claroscuros. Todo lo conocido está destinado a engullirse y a trivializarse, a toda prisa, y por lo tanto a carecer de verdadera influencia. Lo que es visible, lo que es espectáculo del dominio público, eso jamás cambia nada. El molde no ha variado un ápice, en contra de lo que la gente cree, porque hace un par de años tres astronautas pisaran la Luna. Todo sigue idéntico después de eso, qué diferencia ha supuesto para la vida de nadie, no digamos para el funcionamiento y la configuración del universo. Hasta se retransmitió por televisión la hazaña, he ahí la prueba de su definitiva irrelevancia. Lo decisivo jamás se muestra, ni siquiera se comunica, o no en su momento; al contrario, se esconde y se silencia siempre, o durante muchísimo tiempo: si acaso se cuenta cuando ya no interesa, cuando es pasado remoto, y a la gente el pasado le trae sin cuidado, cree que no le afecta y que no puede cambiarse, y lleva razón en esto último. Mira: las operaciones más importantes de la Guerra, las que fueron fundamentales para ganarla, son aquellas que se desconocen y que nunca han trascendido, que no constan en los anales y de las que no hay ni rastro. Las que incluso se niega que se efectuaran, con impasible y recomendable cinismo, si salta algún rumor en la prensa o se va de la lengua un vanidoso; faltando a su juramento, eso aparte. Quienes actúan envueltos en niebla y de espaldas al resto, y no reclaman ni necesitan reconocimiento, esos son los que turban más el universo.
Capítulo 16 
‘Un desterrado del universo’, pensó Tom Nevinson en el acto, haciéndose eco de las palabras de Wheeler, copiándoselas mentalmente, ‘sólo que expresado de forma aún más cruda y sin apoyo literario. Lo dicen como si no fuera ese el destino de casi todos nosotros, como si eso no fuera lo que le espera a todo el mundo desde su nacimiento, pasar por la tierra sin que su presencia la altere lo más mínimo, como si todos fuéramos sólo adornos, figurantes de un drama o figuras de fondo inmóviles hasta la eternidad en una pintura, masa indistinguible y prescindible y superflua, conmutables e invisibles todos, todos nadie. Las excepciones son tan escasas que se puede considerar que no cuentan, y aun de esas no queda ni rastro al cabo de poco tiempo, de un siglo o de diez años: la mayoría se iguala con los que jamás importaron y es como si ninguno hubiera existido, o acaso como una brizna de hierba, una mota de polvo, una vida, una guerra, una ceniza, un viento, lo que para Wheeler es algo y sin embargo nadie recuerda. Ni siquiera las guerras se recuerdan, una vez limpiado el campo.’
Capítulo 17 
Qué estúpidos son los días, qué estúpido puede ser cualquier día, uno ignora cuál y se adentra festivamente en el que debería haber evitado, no hay forma de adivinar cuál será el de maldición y tajo y fuego, el de garganta del mar y el que lo quiebra todo... Y qué estúpidos, qué fútiles los pasos de ese día en el que no debería haber dado ninguno, ni atravesado el umbral siquiera. Se levanta uno como si nada, se acerca a una librería, se excita con una amante intermitente que carece de importancia y queda con ella para la noche, por aburrimiento o por controlable y trivial deseo o por no sentirse un solitario y un paria, tampoco habría sido muy grave no salir esa noche de casa y ahorrarse el pensamiento molesto a posteriori: “No ha valido la pena, ahora que ha concluido sin alegría y más bien con lástima; si pudiera retroceder me abstendría”.
Parte IV
Capítulo 25
Explicaba su falta de curiosidad por el porvenir, su indiferencia ante el mañana y el pasado mañana y el de aquí a un año también, su escepticismo ante lo inesperado, como si lo inesperado ya no pudiera ocurrir, o no a él. Incluso explicaba en parte lo que me había dicho una vez, tiempo antes de casarnos: ‘Eres de lo poco que no me resulta obligado, que he podido elegir con libertad. En otros aspectos tengo la sensación de que mi suerte está echada, de que yo no he escogido tanto como se me ha escogido a mí. Tú eres lo único que de verdad es mío, lo único que sé que he querido yo’.
Parte V 
Capítulo 33 
—¿ Tú recuerdas aquella escena del Enrique V de Shakespeare?—Mis clases de Literatura Inglesa en la Facultad me habían obligado a leerlo a fondo, si tenía que explicarlo.—¿ Qué escena?—La noche antes de la batalla, el Rey se emboza en una capa y se mezcla con tres soldados insomnes que aguardan la llegada del día con gran temor y con las armas prestas, a mano. Se presenta como amigo, se hace pasar por uno de ellos, toma asiento junto a su fogata y conversan. Los soldados hablan con la libertad habitual entre iguales, e incluso dos se ponen farrucos con él en un momento determinado, porque para ellos no es Rey ni nada, como tampoco son ellos sus súbditos en ese instante, le pueden discutir y decir lo que quieran, el Rey está disfrazado y se ha ocultado.
...
—Esos soldados saben que sirven al Rey, aunque jamás lo hayan visto en persona, y están bien dispuestos a ello, como lo estás tú desde hace años a servir a tu querida Inglaterra, tan inesperadamente querida. Pero incluso esos hombres sencillos se preguntan por la causa de la batalla que librarán con el alba y en la que quizá pierdan la vida. Y uno de ellos anuncia: ‘Arduas cuentas habrá de rendir el Rey si no es buena causa la de su guerra, cuando todas esas piernas y brazos y cabezas segadas en la batalla se junten el día final y griten todas “Morimos en tal lugar”’, eso dice.
Capítulo 35 
—No lo sé, puede ser. Nunca he sabido. Mejor así, más fácil que se olvide alguien de ti si también te olvidas tú de ese alguien y no lo buscas ni lo hostigas. Te aseguro que nos habrán olvidado para siempre.
Parte VII
Capítulo 46 
poco a poco lo dejé marchar. Y así nunca vi el polvo suspendido en el aire, el que según el poema señala el lugar en el que terminó una historia.

 Capítulo 48
Los países los usurpan quienes van naciendo sin querer, a nosotros nos usurpan los adultos o los viejos en que nos convertimos sin querer.
Capítulo 51 
Ese podía haber sido el destino de Tomás, hundirse en la niebla de lo sucedido y no sucedido, en la negra espalda del tiempo, engullido por la garganta del mar. Y ser eso: una brizna de hierba, una mota de polvo, una ráfaga breve, una lagartija que trepa por un muro en verano, una humareda que por fin se apaga; o una nieve que cae y no cuaja.
Parte VIII
Capítulo 54 
—Todavía no le soltó la toga, se la cogía con fuerza, y se le cruzó un pensamiento: ‘Así verá que puedo ser violento, que lo sería con el Profesor si hiciera falta, si se lo mereciera. No me costaría nada. La edad no absuelve’.
...
Resulta que lo que me interesa y me salva es que se me crea muerto, y que nadie me recuerde.
Parte IX
Capítulo 63 
Vio el polvo suspendido en el aire, lo vio con claridad meridiana en la plaza desfigurada por su rendición, por su agotamiento, y pensó: ‘Uno sólo regresa cuando ya no tiene donde ir, cuando ya no quedan lugares y la historia ha terminado.
Capítulo 64 
La vida itinerante desgasta, y la escondida, y la fingida, y la vicaria, y la usurpada, y la traicionera, y la desterrada y difunta.


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