Vida, la gran historia Un viaje por el laberinto de la evolución, Juan Luis Arsuaga



Jornada I. Tierra de nadie, tierra de todos
Las semejanzas entre las civilizaciones del Viejo y el Nuevo Mundo son en sí mismas muy interesantes y sugerentes, pero al mismo tiempo señalan un problema no menos apasionante: el de las diferencias. Si las convergencias culturales se pueden atribuir a la unicidad biológica de la naturaleza humana (y nos ayudan a entendernos a nosotros mismos), las diferencias habría que achacarlas a las condiciones ambientales en las que se desarrolla la Historia, a su marco; es decir, a los factores ecológicos, geográficos, geológicos y climáticos.
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En todo caso, conviene saber que esta es la naturaleza del juego del análisis histórico: tratar de explicar lo que une y lo que separa a las diferentes culturas, las convergencias (los patrones, las pautas comunes) y las divergencias (las singularidades).
Jornada II. El método

En resumen, un científico es por definición un rebelde que se enfrenta a todo lo establecido, que desafía el principio de autoridad y que no se cree nada de lo que le cuentan. Todo científico es un escéptico y un revolucionario. Por eso soy científico, no porque acepte sin crítica lo que me diga la academia.
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Pascal Wagner-Egger, junto con otros colegas,[13] han llegado a la conclusión de que hay una relación cognitiva (mental) entre la teorías conspiratorias (como la del asesinato de Kennedy o la de que el hombre nunca pisó la Luna), el esoterismo, la pseudociencia (mejor llamarla anticiencia) y el pensamiento teleológico (o finalista). Este tipo de pensamiento, recordemos, consiste en la atribución de propósito y de una causa final a toda clase de sucesos y cosas, es decir, a los fenómenos naturales y al mundo en su conjunto, incluido el ser humano. Se trata de una manera de pensar característica de la niñez, es un razonamiento netamente infantil, pero que persiste hasta la edad adulta en forma de creencias e intuiciones. No es otra cosa, en el fondo, que la búsqueda de explicaciones sencillas, basadas en causas finales, para fenómenos que en realidad son muy complejos. Siempre tiene que haber una intención detrás de los acontecimientos, de las cosas que ocurren. Hay que encontrarle sentido a todo.
Jornada III. Luca

No es un argumento irrefutable, sino especulativo, pero es que nos movemos por el terreno de la incertidumbre. Nos estamos preguntando en este libro si lo que ocurrió realmente tenía que pasar, si era fatal el desenlace, si estaba determinado dadas las condiciones iniciales; o si, por el contrario, no tenía por qué haber ocurrido. Si en el principio estaba ya escrito el fin o si el final era abierto.
Jornada IV. E pluribus unum

Hay autores muy respetados que opinan que hay motivos para pensar que, fueran cuales fueran los filos que hubieran sobrevivido a la extinción de las faunas de Burgess Shale, algo parecido a nosotros habría evolucionado. ¿De veras? Esta cuestión es, verdaderamente, la cuestión central del libro, y tenemos que andar todavía mucho camino evolutivo para tener una cierta perspectiva, pero de momento vuelve a haber esperanza para los humanoides extraterrestres. Y emoción, espero.
Jornada V. Tierra firme

¿No es sorprendente que una golondrina sea un pariente más próximo del caimán que el caimán de la iguana? Pues esta idea de que el parecido no lo es todo, y de que los grados estructurales no reflejan bien la historia de la vida y confunden (todo el mundo diría que el caimán y el lagarto pertenecen al mismo grupo evolutivo y la golondrina a otro grupo muy distinto), es una maravillosa aportación de la sistemática filogenética, que nos ha permitido ver la evolución con mucha más claridad.
Jornada VI. La medida del progreso

De ahí la pregunta tan frecuente de «por qué los monos no han evolucionado», es decir, por qué no se han convertido en humanos, que se considera el máximo nivel de progreso posible, al menos por ahora. Hay que explicar entonces que todos los monos han evolucionado, y de ahí la enorme diversidad de este grupo de mamíferos. Si no hubieran evolucionado, todos los monos serían iguales. Y lo mismo se puede decir de los mamíferos, aves, tortugas, tritones, etcétera. El razonamiento es simple: si la evolución produjera siempre progreso, el mismo tipo de progreso, ¿cómo explicar la asombrosa variedad de la vida en el planeta? En realidad, todos los seres vivos progresan para ser mejores murciélagos (es decir, mejores mamíferos voladores y nocturnos) o mejores hipopótamos o ardillas o caballos o delfines o saltamontes o helechos. Y un chimpancé, por supuesto, evoluciona para ser mejor chimpancé. En el mundo de la publicidad, evolución es mejora y avance. Pero si lo pensamos bien, se trata de mejora del producto sin cambiar su naturaleza, el tipo de producto que es, su utilidad o función. Un ordenador evoluciona para ser mejor ordenador, un automóvil para optimizar sus prestaciones como automóvil, una cámara de fotos para hacer fotos con más calidad. Entendemos por evolución tecnológica una mayor eficacia de la máquina en cuestión, pero en su correspondiente sector o nicho del mercado.
Jornada VII. La metáfora de los navegantes polinesios

Si Cervantes no hubiera existido o si hubiera muerto en la batalla de Lepanto (puras contingencias), el Quijote nunca se habría escrito. Eso es seguro, pero también puede considerarse muy probable que el teorema de Pitágoras se hubiera descubierto, aun sin Pitágoras (ya he comentado que es posible que fuera descubierto anteriormente por los babilonios). ¿Por qué? Pues porque es verdad que, en un mundo plano (euclídeo), la suma de los cuadrados de los catetos de un triángulo rectángulo es igual al cuadrado de la hipotenusa. Y lo mismo podría decirse de cualquier otro descubrimiento científico, como por ejemplo que el universo se expande desde que se produjo el big bang, o que el tiempo se dilata con la velocidad. Descubrir, a fin de cuentas, significa mostrar lo que está tapado u oculto. Descubrir es desvelar.
Jornada IX. Los neandertales y nosotros

Hay datos genéticos que hacen pensar que nuestra especie atravesó, en su evolución, lo que se conoce como un cuello de botella, es decir, un momento en el que el tamaño de la población se redujo drásticamente. Ese estrangulamiento tuvo lugar, según el reloj genético, hace unos 75.000 años, por alguna razón que se nos escapa. Podría tener que ver con una gigantesca erupción volcánica ocurrida en Sumatra que sin duda tuvo que modificar el clima, enfriándolo de pronto severamente durante algunos años en un invierno volcánico. Otros autores ven en la llegada de una nueva glaciación, después de un periodo cálido, la causa del colapso ecológico.[21] De ser esto cierto y, a pesar de nuestra gran inteligencia, estuvimos a punto de extinguirnos. La catástrofe desencadenante del cuello de botella es discutible, pero la reducción del tamaño de la población de nuestros antepasados parece firmemente asentada. Fuera cual fuera la causa, descendemos de muy pocos individuos.
Jornada XIII. El error de Wallace

Permítame que termine este capítulo sobre las dos caras del ser humano, la pacífica y la violenta, con una nueva propuesta que viene de un experto en comportamiento agresivo de los chimpancés: el británico Richard Wrangham (en su libro The Goodness Paradox: The Strange Relationship Between Virtue and Violence in Human Evolution, 2019). Este autor distingue dos tipos de agresión: 1) la reactiva, que es la emocional, la que se practica en caliente, incontroladamente; y 2) la proactiva, que es la fría y planificada. Los seres humanos tenemos niveles bajísimos de la primera y muy altos de la segunda. ¿Cómo se explica esta paradoja? Si nos fijamos en el comportamiento de los bonobos veremos que la violencia reactiva es mucho más rara que en sus hermanos los chimpancés y la explicación está en que los grupos de bonobos están dominados por coaliciones de hembras, que impiden activamente que se imponga la agresividad masculina. En cambio, entre los chimpancés dominan las coaliciones de machos y por eso hay tanta violencia reactiva, tantas explosiones de rabia y cólera. La explicación de lo que ha pasado en la evolución humana con la agresividad la podemos encontrar en nuestra propia casa, o en una granja, observando a los animales domésticos: su comportamiento es mucho más pacífico y lúdico (infantil, en suma) que el de las especies salvajes de las que proceden. Wrangham, siguiendo a otros autores, propone que el Homo sapiens se ha autodomesticado, haciéndose a sí mismo más dócil. Como sabemos, los humanos actuales compartimos un antepasado común con los neandertales. Pues bien, la autodomesticación se habría producido en la línea que conduce hasta nosotros, pero no en la de los neandertales, que habrían seguido siendo «salvajes» hasta su extinción. También los bonobos se habrían autodomesticado con respecto a su antepasado común con los chimpancés, y lo habrían hecho suprimiendo la agresividad masculina (al tomar las hembras el poder). En el caso humano los grupos no estaban controlados en el pasado prehistórico por mujeres, por lo que el procedimiento habría sido otro: la pena capital. Coaliciones de hombres ejecutarían fríamente, planificadamente, con violencia proactiva, a los individuos que no fueran capaces de controlar sus nervios, es decir, que tuvieran una agresividad reactiva demasiado alta, ejerciendo así una especie de selección artificial similar a la que ha producido las razas de animales domésticos desde el Neolítico. De este modo (a través de «pelotones de ejecución») se explicaría la reducción de la agresividad reactiva y el desarrollo de la proactiva en nuestra especie. Una hipótesis estimulante, sin duda, pero que se basa en estudios con primates y observaciones etnográficas en sociedades modernas. Es difícil encontrar pruebas de las ejecuciones de hombres en los yacimientos. Sin embargo, el proceso de domesticación produce cambios físicos en los animales (morros más cortos, cambios en la coloración, cerebros más pequeños, orejas colgantes y otros) y vale la pena tener en cuenta esa posibilidad en el estudio de los fósiles humanos, aunque solo sean huesos.
Jornada XIV. Yo sé quién soy

Los humanos utilizamos cada uno nuestro idioma, el de nuestra comunidad lingüística, cuando mantenemos conversaciones digitales, chats, pero curiosamente recurrimos muchas veces a los emoticonos para hacernos entender de verdad. Y esos iconos son internacionales y valen para todos los países. No están en inglés, español, árabe o chino. Sin los emoticonos se pierden matices importantes, como la ironía, el enfado, la simpatía, la complicidad, el amor, el humor, la pena, etcétera. Son mejores vehículos, más eficaces y más seguros, para trasmitir emociones que las palabras escritas. Sustituyen a las inflexiones del tono de voz y al lenguaje corporal que se pierden en un chat. Nadie es capaz de hablar mucho tiempo en un tono neutro y sin mover un músculo en una conversación en persona. Mire ahora un cuadro de emoticonos. Verá que muchos de ellos corresponden a expresiones faciales. Todo el mundo los entiende, quizás porque se han generalizado con el uso de los teléfonos móviles y otros dispositivos, pero seguramente también porque forman parte del patrimonio biológico de la especie y están, como suele decirse, en nuestros genes (todos los seres humanos lloramos cuando estamos tristes). Se puede ver así como la biología y la cultura conviven y se complementan en los seres humanos. Cada comunidad habla su idioma (la cultura), pero todos usamos los mismos emoticonos (la biología).
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El argumento de Tattersall sigue así: hace unos 75.000 años se habría producido en África la puesta en funcionamiento de las capacidades simbólicas y del lenguaje. Bastó simplemente que esas facultades ya disponibles empezaran a usarse (quizás, dice, como un juego de chiquillos), para que despertáramos. Esa es la expresión que usa Tattersall: la especie humana existía desde hace 200.000 años y despertó hace 75.000 años con la invención del lenguaje. Vino luego el cuello de botella producido por una gran crisis ambiental que casi acaba con la especie todavía en su cuna africana, pero de la crisis emergieron unos humanos plenamente simbólicos que ya estaban preparados para, literalmente, comerse el mundo. Recapitulemos, porque esto es muy importante. Según Ian Tattersall —y otros autores—, ni siquiera el Homo sapiens sería mentalmente como nosotros desde el principio de su existencia como especie, es decir, desde que es reconocible por los huesos del esqueleto, hace unos doscientos mil años. En aquellos tiempos todavía carecerían de lenguaje, aunque su cerebro fuera ya esférico y tuviera la capacidad simbólica en potencia y el aparato fonador estuviera listo para articular sonidos. Lo que habría ocurrido después, decenas de miles de años más tarde, es que se habría producido una activación cultural (no biológica) del sistema nervioso que habría hecho posible la aparición de la mente simbólica, cuya antigüedad se data a partir de los primeros objetos de adorno, todos con cien mil años como mucho. A fin de cuentas, razona Tattersall, la estructura tenía que existir antes que la función, como ocurre siempre en la evolución biológica. En este caso, cien mil años antes. El mejor de los ejemplos antiguos de objetos simbólicos está en la cueva Blombos en Sudáfrica, cerca del mar, que ha proporcionado conchas de caracoles perforados para ser colgados y dos placas de ocre rojo[14] con grabados geométricos en forma de aspas de hace 75.000 años. También se ha encontrado un trozo pequeño de roca con trazos pintados usando ocre rojo como crayón. Aquellos africanos eran sin duda tan simbólicos como nosotros, porque ni las cuentas de collar ni las piedras con marcas tienen ninguna utilidad práctica (conocida) en el mundo físico, lo que solemos llamar el mundo real. Quiero decir que no tienen valor en el sentido de servir como herramientas mecánicas, como utensilios capaces de cortar, golpear o perforar, aunque sin duda eran herramientas sociales que actuaban en el mundo mental, el inmaterial. El mundo imaginario o mundo virtual en el que se desarrolla nuestra existencia como seres humanos. Nuestro matrix, por recurrir al título de una famosa película. En un yacimiento anterior, de hace alrededor de cien mil años, el de Skhul en Israel, que ha proporcionado esqueletos de nuestra misma especie (es decir, no neandertales), se han encontrado también dos conchas marinas de gasterópodos (caracoles) perforadas que podrían haber sido utilizadas como cuentas de collar o en algún otro tipo de colgante. Pero el abrigo de Skhul, situado en el Monte Carmelo en Galilea, no está muy lejos del mar. En un yacimiento argelino (Ued Jebana) de hace unos 70.000 años también se ha encontrado una concha de caracol perforada (de forma intencional, se supone). La distancia respecto de la línea de costa (de su tiempo) es muy grande, de unos doscientos kilómetros, lo que seguramente implica que aquellos humanos comerciaban, intercambiaban bienes entre grupos, se relacionaban con otros humanos que no eran familiares, ni conocidos. Todo esto presupone lenguaje (un sistema de comunicación codificada) y una mente simbólica. Un problema por resolver es el de cómo se extendió el salto cuántico neural en nuestra especie, si es que fue así como nos hicimos habladores. Si solo tenía mente lingüística un individuo, el mutante, ¿con quién se comunicaba? Quizás no lo hiciera más que con sus hijos[15] y así pudo extenderse la mutación en una población con una consanguinidad muy elevada, una especie de gran familia, como podrían ser las primitivas.
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¿Cómo se explica entonces la complejidad de la conducta de los neandertales? Los neandertales, dice Ian Tattersall, se regirían por las emociones y por las intuiciones, esa forma de razonamiento inconsciente pero muy certera, de la que tantas veces nos servimos en nuestra vida diaria. Sabemos lo que tenemos que hacer sin pensarlo. Los neandertales serían pues emocionales e intuitivos, pero no racionales ni simbólicos. No es una idea tan absurda científicamente, por cierto, esta de que los neandertales se rigieran por sus intuiciones, porque los neurocientíficos nos están diciendo que llevamos a cabo muchos de los actos que creemos conscientes y deliberados…de manera inconsciente e involuntaria. Es decir, primero actuamos y luego racionalizamos nuestra acción espontánea para darle una lógica. Así es como llegamos a estar convencidos (en nuestro fuero interno) de que primero pensamos, evaluamos y decidimos y luego pasamos a la acción, cuando muchas veces el orden de la secuencia es el inverso. Aunque supieran de sí mismos y atribuyesen intenciones a los otros, los neandertales y los miembros de las demás especies fósiles serían eminentemente prácticos.[16] Se podría decir que eran muy realistas o pragmáticos. No crearían en su mente historias que nunca han ocurrido combinando imágenes procedentes del hondo almacén de los recuerdos. No experimentarían con el futuro. No imaginarían lo que podría pasar, tanto lo que no desearían que ocurriera como lo que sí querrían que aconteciese. Se atendrían a la realidad del momento. Vivirían siempre en un presente continuo (como se llama en inglés el tiempo verbal que se construye con el verbo «estar» seguido de un gerundio: «yo estoy comiendo», «ella está nadando», «el niño está llorando», «la hoguera se está apagando»). No soñarían despiertos, no tendrían ensoñaciones.[17] Los neandertales, con toda certeza, encendían fuegos y los alimentaban cotidianamente, cada día y cada noche (hay innumerables hogares producidos por ellos), y se calentarían a su alrededor, sintiéndose seguros. Pero, de ser cierta la teoría del salto cuántico neural no contarían historias del pasado de la tribu ni de los espíritus que gobiernan el mundo —es decir, que lo explican y, algo todavía más importante, que le dan un sentido a las cosas que pasan, especialmente a la vida y a la muerte, porque nada pasa por casualidad. No se preguntarían nunca por qué estamos aquí.
Jornada XV. Los humanoides y el futuro de la evolución

La probabilidad de acertar en todas las encrucijadas, una detrás de otra, era realmente minúscula, pero nuestra especie lo consiguió, así que hemos tenido mucha fortuna para llegar a estar aquí (pero no más fortuna que el resto de las especies vivas). A cada una de esas decisiones afortunadas en el laberinto, verdaderos golpes de suerte, Wilson los llama preadaptaciones, pero aclara que el término no expresa predestinación (recuerde el uso malo de la palabra «preadaptación» que he criticado ya). En su momento fueron adaptaciones normales al ambiente de la época. Lo que quiere Wilson expresar con el término «preadaptación» es que, de no haberse producido esos movimientos evolutivos, nosotros no estaríamos aquí, escribiendo y leyendo libros, ni lo estaría ninguna otra especie inteligente.
Epílogo. Algo maravilloso va a ocurrir

¿Quiere eso decir que la agricultura y la ganadería hacen más felices a las personas que la caza y la recolección y por eso abrazan la vida del campesino? Para Robert Wright, la revolución neolítica, y toda la evolución cultural en general, antes y después, supuso siempre una mejora y un avance. El título de su libro lo dice claramente: Nadie pierde.[3] Por el contrario, para Yuval Noah Harari,[4] el Neolítico fue un fraude histórico del que no pudimos escapar y que hizo más desgraciados a los seres humanos. Es difícil medir la felicidad, como experiencia subjetiva que es, pero podemos recurrir a criterios biológicos, más objetivos. Es un hecho que los agricultores y ganaderos bajaron su talla con respecto a sus antepasados cazadores y recolectores, y en el esqueleto se aprecian problemas articulares relacionados con actividades tan poco naturales y tan forzadas como doblarse para cavar y moler el grano. Curiosamente, no solo se redujo el tamaño del cuerpo, sino también el del cerebro.[5] ¿Por qué se extendió entonces el Neolítico? Simplemente porque los granjeros eran más numerosos que los cazadores-recolectores, y por ello sus sociedades estaban políticamente más organizadas, eran tecnológicamente más avanzadas y, en consecuencia, resultaban militarmente más eficaces. Fue un proceso autocatalítico, es decir, que se retroalimentaba. A más gente, más poder de expansión y de transformación del medio.
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Ahora no nos queda ninguna tierra o mar virgen, y no tenemos a donde ir. Es el momento, si es que aún estamos a tiempo, de cambiar toda nuestra trayectoria histórica, la que nos ha traído hasta aquí. Pero tal vez no quede ya tiempo, y esa sea la explicación de la paradoja de Fermi: todas las civilizaciones que ha producido la galaxia han colapsado. Por eso no han llegado hasta la Tierra y no tenemos noticia de ellas. Las distancias son inmensas en el espacio, no cabe duda, pero también lo eran en el planeta para los humanos que salieron, a pie, de África. Y el tiempo es aún más inmenso que el espacio. Si en cada generación algunos individuos se desplazan cien kilómetros respecto del lugar donde han nacido para establecer un nuevo campamento, como hay cuatro generaciones por siglo, en cien años habrá gente naciendo a cuatrocientos kilómetros del lugar donde vinieron al mundo sus bisabuelos. Y cien kilómetros se pueden hacer andando en dos o tres días, si se quiere. Finalmente, un milenio son diez siglos, que no es nada en tiempo geológico. Como ejemplo de cuán rápida puede ser la expansión humana, en menos de dos mil años los amerindios se extendieron desde Alaska hasta la Patagonia. Pero lo importante de este relato es que los viajeros, cuando partían, daban la espalda completamente a su hogar y no volvían a saber de él. ¿Cómo podían imaginar los navegantes polinesios que llegaron a la isla de Pascua (Rapa Nui para ellos) hace cinco siglos que su hogar original, el de toda la especie humana, estaba en África? Nadie, de hecho, lo ha sabido nunca hasta que recientemente lo han puesto de manifiesto los esfuerzos combinados de la genética y de la paleontología. Una civilización extraterrestre podría, debería, haber llegado así a todos los rincones de la galaxia, simplemente extendiendo los límites de su especie, cualquiera que fuera su origen y sin mirar atrás.[11] Salvo que sean todas muy recientes, o salvo que todas hayan colapsado, o salvo que la nuestra sea la única civilización tecnológica que ha existido, la única que ha podido viajar por el espacio.







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