Exploradores La historia del yacimiento de Atapuerca, Jose María Bermúdez de Castro

 




2. El nacimiento de una ciencia

Durante muchos años, y a juzgar por el aspecto físico de algunos de los fósiles encontrados en las cuevas europeas, se aceptó sin discusión que el origen de la humanidad actual se encontraba en estas latitudes. No podía ser de otra manera. Sin embargo, la hipótesis de que Homo sapiens procedía de un noble linaje europeo se fue desvaneciendo como el humo. En la década de 1980, algunos paleontólogos se atrevieron por fin a reconocer que el origen de nuestra especie podía estar en África. Así parecía desprenderse del estudio de fósiles de homínidos de hasta 250 000 años de antigüedad encontrados en ese continente. Si primero fueron los datos de la paleontología, la genética se sumó pronto a las investigaciones sobre la aparición de Homo sapiens. Las evidencias fueron mostrando de manera fehaciente que el origen de la humanidad actual se encuentra en alguna región subsahariana. Hemos tardado más de un siglo en asumir que Europa fue un territorio marginal, muy alejado de los verdaderos motores de la evolución humana.
3. Tiempo para la reflexión

Ninguna hipótesis, por lógica que parezca, se puede dar por verdadera. Los dogmas no existen en el ámbito de la ciencia. Las propuestas científicas tienen que estar sometidas a una evaluación continuada. Ya sé que suena complejo y aburrido, pero es el único camino para el progreso de la ciencia. Si las hipótesis resisten esas evaluaciones permanentes ganan credibilidad, pero nunca se convierten en verdades.
...
Recuerdo muy bien el día que propuse a Juan Luis y su equipo un nombre para la futura especie. Mis visitas al Departamento de Paleontología de la Universidad Complutense de Madrid, donde había cursado mi licenciatura, realizado mi tesis doctoral y dado clases como profesor de paleontología durante un par de cursos académicos, eran muy frecuentes. Era una cuestión de nostalgia, aunque también de necesidad de comunicación con Juan Luis y su equipo. Días antes de mi propuesta había consultado un viejo diccionario de latín, que sigo conservando como un tesoro. Pensaba nombres en castellano para la especie y luego consultaba el diccionario para comprobar el vocablo en latín. Enseguida consideré la circunstancia de que los homínidos de TD6 representaban por el momento a los primeros homínidos que habían conocido las tierras de Europa. Eran pioneros, exploradores de un nuevo territorio. En latín, el vocablo correspondiente era antecessor, que para el mundo de la Roma imperial tenía una cierta connotación bélica, acorde con la filosofía de aquellos tiempos. Durante sus conquistas territoriales, los generales romanos enviaban exploradores (antecessor) para reconocer el terreno y evaluar el potencial de las posibles fuerzas enemigas. La palabra antecessor me agradó mucho. Para nuestras investigaciones tenía un significado que se ajustaba perfectamente al viejo debate: los primeros europeos, pioneros y exploradores de un nuevo continente. Antonio Rosas, compañero entonces en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, conoció pronto el nombre que se podía proponer a la comunidad científica y su reacción fue muy positiva. Cuando visité al resto de los paleoantropólogos del equipo en la Universidad Complutense, tenía la premonición de que mi propuesta sería aceptada. Y así fue. Dejé caer el nombre a las primeras de cambio. Los primeros en reaccionar muy positivamente ante el nombre fueron Ana Gracia e Ignacio Martínez. Juan Luis Arsuaga también se sintió cómodo desde el principio con el nombre Homo antecessor. Fue como un verdadero amor a primera vista, y la decisión se tomó en cuestión de minutos. Los primeros exploradores del continente europeo y posibles antecesores de la humanidad moderna no podían recibir otro nombre. Creo que ese día fue definitivo para unir a todo el equipo en un objetivo común y conseguir crear un clima de confianza en nuestras posibilidades de denominar una nueva especie del género Homo.
4. Nuevos tiempos, nuevos fósiles

Además, los restos fósiles de animales y homínidos procedían al menos de dos estratos diferentes, por lo que ya no podíamos hablar de un solo evento de canibalismo, sino al menos de dos sucesos de esa naturaleza. Puesto que aquella parte del nivel TD6 se había depositado en una época de bonanza climática, en la que abundaban el agua, la vegetación y la caza, quedaban descartadas posibles hambrunas que motivaran el canibalismo en la especie Homo antecessor. Más bien al contrario, la sierra de Atapuerca y alrededores debieron de ser un lugar muy apetecible para las tribus que transitaban entre las riberas del Duero y el Ebro. Es por ello que los ataques respondían sin duda a una rivalidad territorial recurrente y a la lucha por los recursos de la región.
5. Dmanisi y las puertas de Europa

Con la publicación de aquel artículo se rompió definitivamente un mito. Los humanos del género Homo salimos de África mucho antes de lo que se pensaba hasta entonces. Y la noticia llegó casi al mismo tiempo que Atapuerca desvelaba que los primeros europeos tenían una antigüedad de al menos 800 000 años.
7. Abriendo nuevos caminos

La guinda del pastel llegó con el estudio de dos húmeros encontrados en el nivel TD6 de la Gran Dolina durante las excavaciones del período 2003-2007. Uno de los últimos fósiles encontrados en esta etapa fue la mitad distal de un húmero de adulto. El fósil estaba totalmente marcado por las incisiones de las herramientas que mataron y desollaron al propietario de este hueso. Un fuerte golpe rompió en dos mitades el húmero con una rotura en espiral, muy característica de los huesos fracturados en fresco. La médula ósea era un alimento muy preciado para nuestros ancestros, y los huesos largos de las víctimas halladas en TD6 debieron de proporcionar energía calórica en abundancia a los triunfadores de aquella batalla ancestral.
9. El gran escenario de la evolución

Responder a las centenares de preguntas que plantea el estudio de la evolución humana no es tarea sencilla. Se trata de una historia de cientos de milenios, repleta de circunstancias y de factores que se nos escapan. Sencillamente, puede que no hayan quedado evidencias de muchas de esas circunstancias y otras las obviamos y se nos pasan por alto. En un lenguaje académico y a la vez coloquial, el estudio de nuestros orígenes consiste esencialmente en comprender el escenario evolutivo de una región y un tiempo determinados. Y en ese escenario estuvieron los actores representando una obra que deseamos conocer. Cada actor debe tener su nombre artístico. El problema es ponerse de acuerdo en cuál debe ser esa denominación. Nosotros mismos somos los actores que representamos la escena final de una obra desarrollada a lo largo de seis millones de años. No tenemos ninguna dificultad para identificarnos, desde que Carlos Linneo nos puso nombre en 1758: Homo sapiens, «el Hombre sabio». Curioso nombre artístico para la especie que más errores ha cometido en los 200 000 años que lleva viviendo en este planeta. Pero ésa es otra historia.
...
La segunda especie de nuestro linaje evolutivo, Homo neanderthalensis, fue nombrada por William King en 1864. En este caso, se aplicó un criterio muy razonable basado en la similitud de los restos de la cueva de Feldhofer con los de otros yacimientos europeos. Pero ésta fue una excepción en el caótico mundo de la prehistoria. La proliferación de nombres otorgados a fósiles recuperados durante la primera mitad del siglo XX desbordó cualquier intento de poner un poco de orden en la historia evolutiva de los homínidos. Había demasiados actores para representar una obra cuyo guión no se comprendía bien. Como ejemplo de nombres de género y especies dispares, valga la siguiente lista de denominaciones acuñadas para incluir a especímenes muy similares de diferentes yacimientos de Sudáfrica: Australopithecus africanus (Dart, 1925) Australopithecus transvaalensis (Broom, 1936) Plesianthropus transvaalensis (Broom, 1937) Australopithecus prometeus (Dart, 1948) Australopithecus africanus africanus (Robinson, 1954) Australopithecus africanus transvaalensis (Robinson, 1954) Homo transvaalensis (Mayr, 1959)
...
La tesis anagenética no pudo resistir la plétora de descubrimientos en los yacimientos de África y Eurasia. Con respecto a nuestro propio género, algunos valientes se atrevieron a reconocer que África había tenido su propia historia con la especie Homo ergaster, mientras que en Asia floreció la especie Homo erectus. También apareció en escena la especie Homo rudolfensis, con un papel complejo, difícil de entender, pero formando parte de una realidad tangible. En 1997 se publicó la especie Homo antecessor en la revista Science, para incluir la variabilidad observada en fósiles europeos de gran antigüedad. Este hecho tuvo una respuesta en la recuperación de viejos nombres, como Homo helmei, y en la creación de otros nuevos, como Homo georgicus y Homo cepranensis. Esta manera de proceder podía estar más o menos justificada, pero respondía a la existencia real de una gran diversidad en el género Homo y a la liberación de la tiranía de la ciencia oficial.
...
Todos sabemos que la especie es la unidad biológica por excelencia. El concepto biológico de «especie», propuesto hace ya más de sesenta años por Theodosius Dobzhansky y Ernst Mayr y aceptado por la gran mayoría de los neontólogos, requiere el aislamiento reproductor de las poblaciones mediante barreras geográficas y/ o biológicas.
...
A los efectos de las investigaciones sobre nuestros ancestros, los largos recorridos a pie son quizá la mejor de las experiencias. Durante el 99,9 por ciento de los seis millones de años de evolución de la humanidad, las distancias entre puntos geográficos diferentes se han recorrido caminando. Los grupos humanos permanecían cientos de años en una misma región, y sólo se desplazaban si las circunstancias les empujaban a moverse y cambiar de territorio en búsqueda de los recursos necesarios para su vida. La distancia entre la isla de Java, en el extremo más oriental de Eurasia, y la península Ibérica, en el extremo más occidental del continente, es de unos 12 500 kilómetros. Ningún grupo que haya habitado en algún momento en la isla de Java habría tenido tiempo durante su vida de recorrer esta enorme distancia. Los grupos de homínidos desperdigados por África y Eurasia vivieron en la más absoluta ignorancia de la existencia de otros grupos separados por varios centenares de kilómetros. El factor espacial es por ello muy importante para entender la diversidad que observamos en el registro fósil. Los homínidos de una determinada región sólo podrían tener contactos genéticos con grupos próximos, que acabarían por determinar su singularidad. Gracias a ello, ahora somos capaces de distinguir los paleodemes cuando estudiamos los restos esqueléticos que la fortuna nos ha legado para su estudio.
10. El primer éxodo

Lee Berger está convencido de que Australopithecus sediba es la especie que dio origen al género Homo, e incluso piensa que estos homínidos tenían capacidad para fabricar herramientas, a juzgar por la anatomía de los huesos de la mano y a pesar de que su cerebro tenía un volumen de 420 centímetros cúbicos. No todos los paleoantropólogos están de acuerdo con estas conclusiones.
...
Los recientes análisis de ADN realizados por el equipo dirigido por el investigador sueco Svante Pääbo en restos fósiles neandertales de los yacimientos de Vindija (Croacia), Feldhofer (Alemania), Mezmaiskaya (Rusia) y El Sidrón (España), y publicados en 2010 en la revista Science, sugieren que los miembros de Homo sapiens y los neandertales hibridaron en esa región y dejaron descendencia fértil. Un cierto número de genes propios de los neandertales coinciden con las muestras genéticas de los humanos actuales, que muy probablemente fueron legados al patrimonio genético de nuestra especie durante los contactos que mantuvieron durante muchos milenios en el Corredor Levantino.
11. Hacia un nuevo modelo

Aunque Homo heidelbergensis sigue sonando en muchas quinielas, el nombre de la especie de la que divergieron el linaje de los humanos actuales y el de los neandertales no me parece la cuestión más interesante. Es ciertamente mucho más importante tratar de conciliar los datos que aportan las investigaciones sobre el ADN antiguo, las evidencias del registro fósil y lo que sabemos del medio ambiente en épocas pasadas. Puesto que los humanos actuales procedemos de África y los neandertales vivieron en Eurasia, lo más razonable (hipótesis 1) sería asumir la existencia de una especie cuya distribución geográfica comprendiera territorios tanto de África como de Eurasia. Así podríamos entender por qué ese último ancestro común dejó descendientes a ambos lados del Mediterráneo. Las hipótesis alternativas serían: 2) la especie antecesora común de los neandertales y los humanos modernos vivió en África y una parte de su población viajó hasta Eurasia a través del Corredor Levantino; 3) la especie antecesora común de los neandertales y los humanos modernos vivió en Eurasia y una parte de su población viajó hasta África a través del Corredor Levantino. Para muchos investigadores, la hipótesis correcta es la segunda, pero para otros, como Chris Stringer, la primera es muy factible. La tercera hipótesis ni siquiera se considera en la literatura científica reciente.


Entradas populares de este blog

La salvación de lo bello, Byung-Chul Han 

Mendel el de los libros, Stefan Zweig