Un país bañado en sangre, Paul Auster y Spencer Ostrander

 





◆ 3

Tal como Winkler observa en su libro, de 1877 a 1886 hubo un total de quince homicidios en Dodge City (1,5 al año); en 1881, el año más violento de Tombstone del que se tenga registro, murieron cinco personas (tres de ellas en la escaramuza del O.K. Corral); y en el año más violento de Deadwood fueron cuatro en total. La razón de esas cifras, sorprendentemente bajas, era el cumplimiento de las regulaciones sobre el control de armas. Los hombres podían llevar armas en el campo, pero una vez que entraban en la ciudad estaban obligados a despojarse de ellas hasta el momento de su marcha. En los alrededores de Wichita había carteles clavados que ordenaban a la gente: DEJE SUS REVÓLVERES EN LA COMISARÍA DE POLICÍA Y COJA SU RESGUARDO. En la infame Dodge City, el letrero decía así: PORTAR ARMAS DE FUEGO QUEDA ESTRICTAMENTE PROHIBIDO.
...
No todos los motivos de la Enmienda eran rebatibles (sin duda, la plaga del alcoholismo destrozaba muchas vidas y causaba la ruina a muchas familias), pero en su mayor parte los consumidores de alcohol no eran alcohólicos, y en los muchos siglos transcurridos desde que Dioniso ofreciera al mundo el milagro del vino, esa bebida medianamente intoxicante ha sido parte integrante de la vida cotidiana de centenares de millones de personas y se consume como acompañamiento de las comidas, como propiciador de compañía y cordialidad, como bálsamo que alivia a las almas fatigadas e inquietas, y con frecuencia como elemento afrodisiaco del deseo erótico.


◆ 4

¿Es eso lo que queremos en la Norteamérica de hoy, el derecho a vivir en una sociedad en permanente lucha armada? Si el problema consiste en que hay demasiados malhechores con armas, ¿no sería más sensato despojarlos de ellas en vez de dárselas a los denominados hombres de bien, que en muchos casos, si no en la mayoría, no lo son tanto, y así eliminar el problema de raíz? Porque si los malhechores no tienen armas, ¿para qué las necesitarían los hombres de bien?




Entradas populares de este blog

La salvación de lo bello, Byung-Chul Han 

Mendel el de los libros, Stefan Zweig