Facendera, Óscar García Sierra

 





◆ 1. Botes de ladrillos vacíos

La mayoría de las casas del pueblo tenían más carteles de «Se vende» que ventanas. La mayoría de las ventanas estaban medio rotas y los números de teléfono de la mayoría de los carteles de «Se vende» ya se estaban borrando. Todo el pueblo estaba sumido en un silencio artificial como el de un bar nada más abrir, un silencio que solo se rompía cuando alguien bajaba alguna persiana, como si el dueño de la casa en cuestión estuviese intentando que anocheciese por la fuerza.

◆ 2. Tres serpientes peleando

De su padre heredó el camión y de su madre el dolor de barriga. Sus abuelos también eran camioneros y a sus abuelas también les dolía la barriga. En teoría, ella tendría que haber heredado solamente el dolor de barriga, pero su hermano era discapacitado y no pudo sacarse el carnet de conducir, así que fue ella quien tuvo que heredar el dolor de barriga y el camión.
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De vez en cuando me ponía una mano en la rodilla o en el hombro, pero sin llegar a hacer fuerza, como si estuviese comprobando si quemaba.
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Me acuerdo mucho de un día en el hospital, cuando pasó todo aquello, que mi padre me dijo: ¿sabes cuándo me di yo cuenta de que quería a la tu madre? El día que vi una cucaracha en la cocina e intenté por todos los medios que ella no se enterase.
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De pequeña estaba acostumbrada a rezar porque su abuela la obligaba a hacerlo antes de merendar. Cuando murió, dejó de rezar y de merendar, pero aún recuerda algunas oraciones y el sabor del bocadillo de chocolate. En la entrada de la casa de su abuelo había un Niño Jesús que su abuela siempre besaba en las rodillas y la frente antes de salir y, como siempre llevaba los labios pintados de rojo, con el paso de los años y de los besos las rodillas y la frente del Niño Jesús se habían vuelto rojas, como si el Niño Jesús se hubiese caído y estuviese lleno de heridas.
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Hija, ¿no tienes algo más elegante que ponerte? Siempre llevas el mismo pantalón y el mismo jersey, dijo el abuelo mientras comía sin parar, con la cara pegada al plato para acortar el movimiento de la cuchara. 
Pa qué voy a cambiarme, si aquí todo el mundo me conoce ya, contestó ella.
Cuando vas pa León tampoco te cambias, hija. 
Qué más da, si allí nadie me conoce, contestó ella.
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Le contó también que, cuando se murió su gato, la Ruman le envió un mensaje diciéndole «Lo sentimos mucho». Así, en plural. A veces las parejas se comportan como empresas, pensé yo.

◆ 4. El último futbolista

Como todas las historias, la mía con Aguedita tuvo varios principios. A finales de marzo mi hermana lo dejó con un chaval con el que llevaba casi siete años y, tras la ruptura, el chaval empezó a votar a la ultraderecha. A veces me veía a mí mismo en su situación. Me imaginaba amenazando a alguna chavala diciéndole: tú verás, o me das un beso o voto a la ultraderecha. Por suerte no me hizo falta llegar a ese extremo, porque a finales de año conocí a Aguedita en la mudanza de unos amigos.






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