Las montañas de la Luna, Sir Richard Burton

 






CAPÍTULO PRIMERO

Al igual que sus antepasados, sólo manifiestan aborrecimiento hacia los europeos, a quienes temen enormemente, y especialmente a los ingleses, a quienes llaman Beni Nar, que quiere decir hijos del fuego.
...
Los indígenas de sangre mezclada, árabe y africana, se hallan establecidos principalmente en la costa, pasando su vida entregados a una relativa ociosidad, alimentada por dos fecundas fuentes: el pillaje que ejercen contra las caravanas de mercaderes que vuelven de los países del interior, y el cultivo que realizan sus numerosos esclavos de extensos campos de legumbres y cereales, cuyos productos se venden en el mercado de Zanzíbar, exportándose luego hasta Arabia. Estas gentes forman una raza despreciable que no se ocupa de otra cosa que no sea comer, beber y fumar. Las visitas, el baile, la intriga y el crápula, absorben completamente el resto de su tiempo. Podrían tener algodón de muy buen calidad y exquisito café; podrían también recolectar goma copal, cuidar sus cultivos y multiplicar sus fuentes de producción y riqueza; pero mientras quede en sus casas un puñado de grano, ninguno es capaz de coger un azadón.
CAPÍTULO IV

Bombay, el escudero de Speke, es quien me ha procurado ese tesoro. Me admiraba verles a ambos desafiar al sol del mediodía, y dormir tranquilamente en las noches más frías, sin otra precaución contra el rocío que un fuego mal apagado. Conmovido de piedad, arrojé en mala hora sobre sus espaldas dos chaquetones ingleses cuyo contacto causó un negro influjo. Aprendieron a quedarse acostados por la mañana, y desde entonces, cuando se les obligaba a salir, ya no lo hacían sin ir cuidadosamente abrigados, por temor a la humedad, y en cada parada se alejaban del grupo para que nadie los llamase a trabajar.
CAPÍTULO VII

Cuando nosotros atravesábamos este bosque, un viejo cargador cometió la imprudencia de quedarse rezagado, y pudimos comprobar cómo fue cruelmente asesinado por tres bandidos que se apoderaron de su carga, compuesta de paraguas y de una maletilla de cuero que contenía vestidos, libros, nuestros diarios, tinta y plumas, y una colección de plantas y hierbas.
CAPÍTULO VIII

«Está incubando sus huevos», dicen las gentes que rodean a un hombre cuya vida es sedentaria; y por el contrario, «quien ha visto el mundo no puede ser tonto», es otro de los proverbios que se oyen citar con más frecuencia.
CAPÍTULO IX

Como dicen los árabes, la esperanza es mujer y la desesperación es hombre.
CAPÍTULO XI

El 23 dejamos esta bahía iniciando nuestra singladura hacia la costa occidental, hasta Murivumba. Las montañas, los cocodrilos, las enfermedades y la ferocidad de los indígenas inspiran aquí el mismo terror. El suelo pertenece a los bembes, que las noticias de los misioneros de Mombas designan con exactitud con el nombre de antropófagos. A su apatía deben principalmente esta odiosa costumbre, que les lleva a no cultivar la tierra que habitan, que es la más fértil del mundo, alimentándose con carroñas, gusanos, larvas e insectos, y llevan su pereza hasta el extremo de comer cruda la carne humana, cuando en otras comarcas se toman al menos el trabajo de asarla.
CAPÍTULO XIV

Voy a aventurar una teoría que extrañará al que tenga ideas fijas sobre la miseria de los pueblos donde se reclutan los futuros esclavos, pero lo cierto es que en las regiones que acabamos de recorrer el africano está mejor vestido, mejor alimentado, mejor alojado y menos doblegado por el trabajo que los infortunados raiotas de la India inglesa, y tal vez, en los lugares en los que la trata de esclavos no es tan activa, su suerte sea preferible a la de los campesinos de algunas ricas comarcas de Europa.
...
Para el hombre primitivo, comer es el objeto de su existencia, su exclusiva preocupación durante el día, y su sueño de todas las noches. El hombre civilizado, que nunca ha tenido hambre sin que al momento haya tenido a mano lo necesario para satisfacer su apetito, no sabría comprender hasta qué punto está dominado por el estómago el espíritu de un salvaje.
...
Cumplida la misión, estas damas se van a beber todas juntas y reaparecen cuatro o cinco horas después con una vacilación en la marcha y una flojedad en los miembros que aumentan el encanto de sus gesticulaciones.



Entradas populares de este blog

La salvación de lo bello, Byung-Chul Han 

Mendel el de los libros, Stefan Zweig