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Mostrando entradas de enero, 2023

El pozo, Juan Carlos Onetti

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  Recuerdo que, antes que nada, evoqué una cosa sencilla. Una prostituta me mostraba el hombro izquierdo, enrojecido, con la piel a punto de rajarse, diciendo: «Date cuenta si serán hijos de perra. Vienen veinte por día y ninguno se afeita». ... Seguí caminando, con pasos cortos, para que las zapatillas golpearan muchas veces en cada paseo. Debe haber sido entonces que recordé que mañana cumplo cuarenta años. Nunca me hubiera podido imaginar así los cuarenta años, solo y entre la mugre, encerrado en la pieza. Pero esto no me dejó melancólico. Nada más que una sensación de curiosidad por la vida y un poco de admiración por su habilidad para desconcertar siempre. Ni siquiera tengo tabaco. ... Mujeres para marineros, gordas de piel marrón, grasientas, que tienen que sentarse con las piernas separadas y se ríen de los hombres que no entienden el idioma, sacudiéndose, una mano de uñas negras desparramada en el pañuelo de colorinches que les rodea el pescuezo. Porque cuello tienen los niños

París era una fiesta, Ernest Hemingway

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  ◆ «Une génération perdue» Estábamos de vuelta del Canadá y vivíamos en la rué Notre-Dame-des-Champs y Miss Stein y yo éramos todavía buenos amigos, cuando ella lanzó el comentario ese de la generación perdida. Tuvo pegas con el contacto del viejo Ford T que entonces guiaba, y un empleado del garaje, un joven que había servido en el último año de la guerra, no puso demasiado empeño en reparar el Ford de Miss Stein, o tal vez simplemente le hizo esperar su turno después de otros vehículos. El caso es que se decidió que el joven no era sérieux, y que el patron del garaje le había reñido severamente de resultas de la queja de Miss Stein. Una cosa que el patron dijo fue: «Todos vosotros sois une génération perdue.» —Eso es lo que son ustedes. Todos ustedes son eso —dijo Miss Stein—. Todos los jóvenes que sirvieron en la guerra. Son una generación perdida. —¿De veras? —dije. —Lo son —insistió—. No le tienen respeto a nada. Se emborrachan hasta matarse… —¿Estaba borracho ese joven mecánico?

El cardenal Napellus, Gustav Meyrink

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  ◆ J. H. Obereit visita el país de los devoradores del tiempo ▪ “Con horror, me di cuenta de que mi vida entera estaba hecha de espera, en todas sus formas, sólo de espera; una especie de irrefrenable desangrarse y que el tiempo dedicado a la percepción del presente se podía calcular en horas.” ◆ El cardenal Napellus ▪ ¿Para qué? ¿Por qué? Ya ni se lo pregunta. Sabe que su quehacer no tiene objeto, como nosotros lo sabemos del nuestro. Pero, lo peor es que estará completamente desmoralizado, sabiendo que todo lo que hace, grande o pequeño, no tiene objeto. Es la misma certidumbre que, también a nosotros, nos ha quebrantado a lo largo de toda la vida. Desde la juventud somos como los moribundos, cuyos dedos inquietos, que no saben de dónde agarrarse, recorren las cobijas, e intuyen que la muerte está en la habitación y que ya no importa si abrimos las manos o cerramos los puños…

Las muertes concéntricas, Jack London

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  La ley de la vida ▪ —La tribu está apurada. Sus fardos son pesados y sus vientres están chatos por falta de alimentos. La senda es larga y viajan deprisa. Me voy ahora. ¿Estás bien? —Está bien. Soy como la hoja del año pasado, que se aferra débilmente al tallo. Al primer soplo, caeré. Mi voz se ha vuelto como la de una vieja. Mis ojos ya no me muestran el camino de mis pies, y mis pies están pesados y estoy cansado. Está bien. ... ▪ Inclinó la cabeza en señal de satisfacción hasta que el último sonido de la nieve quejumbrosa se hubo apagado, y supo que ya no podría llamar a su hijo. Luego su mano se arrastró, presurosa, hacia la leña: era lo único que se interponía entre él y la eternidad que se abría ante él. Finalmente, la medida de su vida era un manojo de leños. ... ▪ Él también era un episodio y desaparecería. A la naturaleza no le importaba. Le fijaba una tarea a la vida, le dictaba una ley. Perpetuar era la misión de la vida, su ley era la muerte. Las muertes concéntricas ▪ Of

Ficciones, Jorge Luis Borges

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  Tlön, Uqbar, Orbis Tertius Con las filosofías acontece lo que acontece con los sustantivos en el hemisferio boreal. El hecho de que toda filosofía sea de antemano un juego dialéctico, una Philosophie des Als Ob, ha contribuido a multiplicarlas. Abundan los sistemas increíbles, pero de arquitectura agradable o de tipo sensacional. Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. ... Tampoco es lícito el plural «los pretéritos», porque supone otra operación imposible… Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente[ ... Otra, que mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres. ... Las cosas se duplican en Tlön; propenden asimismo a borrarse y a perder los detalles cuando

El extranjero, Albert Camus

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Primera parte VI Y era como cuatro breves golpes que daba en la puerta de la desgracia. Segunda parte IV Al final, sólo recuerdo que desde la calle y a través de las salas y de los estrados, mientras el abogado seguía hablando, oí sonar la corneta de un vendedor de helados. Fui asaltado por los recuerdos de una vida que ya no me pertenecía más, pero en la que había encontrado las más pobres y las más firmes de mis alegrías: los olores de verano, el barrio que amaba, un cierto cielo de la tarde, la risa y los vestidos de María.   

Las montañas de la Luna, Sir Richard Burton

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  CAPÍTULO PRIMERO Al igual que sus antepasados, sólo manifiestan aborrecimiento hacia los europeos, a quienes temen enormemente, y especialmente a los ingleses, a quienes llaman Beni Nar, que quiere decir hijos del fuego. ... Los indígenas de sangre mezclada, árabe y africana, se hallan establecidos principalmente en la costa, pasando su vida entregados a una relativa ociosidad, alimentada por dos fecundas fuentes: el pillaje que ejercen contra las caravanas de mercaderes que vuelven de los países del interior, y el cultivo que realizan sus numerosos esclavos de extensos campos de legumbres y cereales, cuyos productos se venden en el mercado de Zanzíbar, exportándose luego hasta Arabia. Estas gentes forman una raza despreciable que no se ocupa de otra cosa que no sea comer, beber y fumar. Las visitas, el baile, la intriga y el crápula, absorben completamente el resto de su tiempo. Podrían tener algodón de muy buen calidad y exquisito café; podrían también recolectar goma copal, cuidar