Estrella Distante, Roberto Bolaño



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▪ Su obra, no obstante, perdura, a la desesperada (tal como a él quizás le hubiera gustado), pero perdura. Algunos jóvenes lo leen, lo reinventan, lo siguen, ¿pero cómo seguir a quien no se mueve, a quien trata, al parecer con éxito, de volverse invisible?
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▪ El primero fue un asesinato (un puzzle, decía Romero) que se cometió en Valparaíso, en la habitación de una pensión de la calle Ugalde. La víctima fue hallada con un disparo en la frente y la puerta de la habitación estaba con el pestillo echado y atrancada con una silla. Las ventanas estaban cerradas por dentro; cualquiera que hubiera salido por allí, además, habría sido visto desde la calle. El arma del crimen se encontró al lado del muerto por lo que al principio el dictamen fue inequívoco: suicidio. Pero tras las primeras pruebas la policía científica comprobó que la víctima no había disparado ningún tiro.

▪ Enriquito, al parecer, estaba cargado de deudas y de alguna manera enredó en sus negocios a Pizarro. Por un tiempo, lo que dura la mala racha de Enriquito, ambos amigos comparten aventuras que son sufragadas a distancia por los padres de la víctima. Pero un día las cosas le empiezan a ir bien al hijo de la dueña de la pensión y da esquinazo a Pizarro. Este se considera estafado. Se pelean, se cruzan amenazas, un mediodía Enriquito va a la pieza de Pizarro armado con una pistola. Su intención es asustarlo, no matarlo, pero en plena representación, cuando Enriquito apunta el cañón a la cabeza de Pizarro, la pistola se dispara accidentalmente. ¿Qué hacer? Es entonces cuando Enriquito, en medio de su peor pesadilla, tiene el único rasgo de ingenio de toda su vida. Sabe que si se va, sin más, las sospechas no tardarán en recaer sobre él. Sabe que si el asesinato de Pizarro es presentado sin ornato las sospechas no tardarán en • recaer sobre él. Necesita, por tanto, revestir el crimen con los ropajes de la maravilla y de lo inverosímil. Cierra la puerta por dentro, coloca la silla reforzando el encierro, pone la pistola en la mano del difunto, asegura las ventanas y cuando cree tener dispuesta una escenografía de suicidio se mete en el ropero y espera. Conoce a su madre y conoce a los demás pensionistas, que en ese momento comen o ven la tele en el living, sabe, confía que derribarán la puerta sin esperar a los carabineros. En efecto, la puerta es forzada y Enriquito, que ni siquiera ha cerrado el ropero, se suma tranquilamente al resto de la pensión que contempla horrorizada el cuerpo de Pizarro. El caso era muy sencillo, dijo Romero, pero me proporcionó una fama inmerecida por la que después pagué caro.

▪ Una mujer ante la que había que sacarse el sombrero, créame. Le pregunté cómo era. Rubia, alta, con una mirada que lo devolvía a uno a la infancia.
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▪ El aprendizaje consistía en dos pasos aparentemente sencillos. El encierro y la lectura. Para el primer paso había que comprar víveres suficientes para una semana o ayunar. También era necesario, para evitar las visitas inoportunas, avisar que uno no estaba disponible para nadie o que salía de viaje por una semana o que había contraído una enfermedad contagiosa. El segundo paso era más complicado. Según Delorme, había que fundirse con las obras maestras. Esto se conseguía de una manera harto curiosa: defecando sobre las páginas de Stendhal, sonándose los mocos con las páginas de Víctor Hugo, masturbándose y desparramando el semen sobre las páginas de Gautier o Banville, vomitando sobre las páginas de Daudet, orinándose sobre las páginas de Lamartine, haciéndose cortes con hojas de afeitar y salpicando de sangre las páginas de Balzac o Maupassant, sometiendo, en fin, a los libros a un proceso de degradación que Delorme llamaba humanización.
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▪ Su voz sonó tranquila, como la de un hombre que sabe que la vida siempre acaba mal y que no vale la pena exaltarse. 



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