Vengo de ese miedo, Miguel Ángel Oeste


▪ En este ambiente se crio mi madre. La ausencia de la figura paterna le influyó a la hora de forjar su personalidad y
comportamiento. Una personalidad que requería sentirse admirada, necesitada de llamar la atención masculina. Sabía que era guapa y atractiva y que provocaba los delirios viril es de los hombres. Tengo pocas dudas sobre esto. Jugaba con fuego, sin embargo no creo que fuera consciente. Mi madre ardió.
Y es duro que yo diga esto: a mi madre le gustaba arder, lo necesitaba, se había acostumbrado a ello y se sentía mal si no
lo hacía.

▪ Mi abuela me contaba que su hija era muy presumida, coqueta, siempre arreglándose, con un afán de gustar a los hombres que
la llevó a la perdición, poseída por una inquietud que le impedía avistar el peligro.

▪ ¿Necesito escribir para dejar constancia de lo incómodo y agotador que fue siempre nuestro vínculo? Porque lo que no asumo, lo que me cuesta asumir, lo que me duele y aplasta es
que, pese a que lo rechace, siempre tendré un vínculo con mi padre. Y esta simple evidencia me provoca arcadas, una sensación viscosa, desagradable, una opresión en el pecho para
la que no encuentro ninguna palabra precisa.

▪ Estoy en la oscuridad, siento temblores, y noto cómo la culebra se desliza dentro de mi cuerpo. También aguardo a que supuren las imágenes que durante tanto tiempo me afané por arrinconar. Pienso que mi memoria está hecha de rencor. Llevo décadas encerrado en aquella habitación oscura, sin airear.
Sospecho que conservo las frustraciones de mi padre. La avidez destructora y las debilidades son parte de su herencia.
Sé que la escritura no rectificará el pasado. Pero tengo la certeza de que si me detengo ahora, lo lamentaré. Sé que si no reconstruyo su historia, nunca me reconciliaré con la mía.

▪ Narraban el futuro como si de un cuento se tratará, sin sospechar que los finales felices no existen. Que la vida en una familia trabajadora era solo medir el grado de desgracia que a uno le caía encima y averiguar cuál era la forma de
enmascararla.

▪ Ser padre significa oír el corazón de tus hijos.

▪ Aquella noche se prolongó durante el verano, pues mi padre me obligó a trabajar, y cada vez que me veía con un libro o leyendo un cómic me los quitaba y los tiraba.

▪ Mi padre se baja los pantalones, se saca la polla y me mea encima, mea en mi cama y luego se caga en ella. Desnúdate, me grita. Yo no hago nada, sigo tieso, empiezo a temblar por dentro, quiero morirme, quiero matarlo. En segundos me suicido de cientos de formas y lo mato a martillazos, a golpes, a mordiscos,
quemándolo, ahogándolo con mis manos, con una cuerda, con una bolsa… Desnúdate, hijo de perra, vocifera, mientras se limpia el culo con las sábanas. Continúo como una roca, una
piedra, una estatua erosionada por los siglos. Desnúdate, maricón, que es el insulto que más encendía a mi padre cuando se lo soltaba mi madre. Desnúdate, maricón, repite, pero yo
me quedo rígido. Entonces me zarandea con sus manos ásperas, gigantes. Quítate la ropa, maricón, y empieza a arrancármela hasta que me desnuda y me obliga a revolcarme por la mierda y la orina y me deja allí temblando, oliendo a él, un tufo que permanece y, con los años, de vez en cuando, la memoria me traerá ese recuerdo nauseabundo. Me quedo allí
mucho tiempo todavía y, cuando él se va, rompo a llorar de improviso, desconsolado, hundido por toda la humillación. Y empiezo a darme cabezazos contra la pared, a pegarme a mí mismo, quiero sentir dolor, daño, quiero sangrar, y no me quedo satisfecho hasta que la sangre se mezcla con la mierda y la orina.

▪ Cuando empecé a decirle a mi madre que lo mejor era vender la casa, no me dejó terminar. Me miró con asco y desprecio. Le pudo el desprecio que sentía hacia mí, el resentimiento hacia unos hijos que igual a su manera quería,
pero más que nada despreciaba. Ese odio que sobre todo crece entre los seres cercanos, en la familia. El odio, una enredadera imposible de podar.

▪ Hay que tener cuidado con personas como mi padre porque pueden responder de cualquier forma. Te traicionan y te humillan porque está en su ADN. Respiran violencia.

▪ Cuando alguien me dice que es sencillo vivir, lo miro con esa cara de mareas, de ramas deshojadas, de temblores inesperados. 

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