Los brotes negros, Eloy Fernández Porta




▪ La ira se manifiesta de manera inopinada. Imagino a una de las personas a quienes culpo de mis fracasos. En medio de una conversación cordial le hago una pregunta que requiere reflexión, le dejo que lo piense y, cuando arranca a hablar, concentrado, ensoberbecido en la segunda o tercera frase, le doy un puñetazo en la boca. Le rompo el labio superior, o un diente. El impulso lo lanza hacia atrás. Trastabillando, intenta recuperar el equilibrio, pero le doy una patada en el tobillo y lo hago caer. Una vez está en el suelo, ya es mío. Le doy una patada en la cabeza. Un talonazo en el cuello. Me pongo a horcajadas encima de él, le agarro del pelo con las dos manos y le golpeo la cabeza contra el suelo. Una vez. Otra. Noto las manos tan crispadas que le arranco un mechón de pelo. Le reviento el cráneo. La rodilla derecha apretada sobre su cuello, le vuelvo a agarrar del pelo y con todas mis fuerzas hago girar su cabeza hacia la izquierda. Como no oigo el crujido del hueso lo vuelvo a intentar, lo hago de nuevo y tiro de su cabeza atrapada hasta que le rompo el cuello. Noto sus últimos espasmos. Está muerto. Lo he matado, y no dejo de golpearle la cabeza contra el piso.

▪ «Un pez acaso me recuerde», como escribió Panero.

▪ El error: pensar en el pasado como en un bloque. El pasado son líneas. Yo soy la misma persona que podía ayudar a otras. Sigo ayudando, poco pero sigue siendo una parte de mí. Había personas que podían contar con mi respaldo; yo era confiable. Los que confiaban en mí podrían formar una pequeña comunidad, un barrio. Ahora ese barrio ha desaparecido.

▪ Nos conocemos.
Nos apoyamos.
Nos hundimos. Juntos. Las manos entrelazadas.

▪ Biles tiene de su parte al mundo, que no siempre es buena compañía, pero sin duda es mejor que ser reducido a una caricatura, como la que le hizo el dibujante murciano Magius a Gómez Iglesias en la cubierta de su novela gráfica Primavera para Madrid, donde aparece como la imagen de la corrupción por antonomasia. Lo fue. Pero también es el paciente desatendido por excelencia, y quienes brotamos tenemos que lidiar con esas contradicciones: siempre nos dicen o nos dan a entender que para según qué cosas somos enfermos pero cuando nos conviene estamos más sanos que una manzana. Una manzana podrida. 

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