Me acuerdo, Georges Perec


Me acuerdo de los fulares de seda hechos de tela de paracaídas.
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Me acuerdo de cuando me dejaban castigado en el colegio.
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Me acuerdo de que en Un mendigo original, había dos perros; uno de ellos se llamaba «Get out of it» y el otro, «You too».
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Me acuerdo de que, antes de la guerra, Jean Gabin tenía que morir, por contrato, al final de todas sus películas.
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Me acuerdo de cuando volvíamos de vacaciones, el 1 de septiembre, y de que todavía quedaba por delante un mes entero sin colegio.
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Me acuerdo del canguelo que tenía—en el internado— de que me enceraran la polla.
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Me acuerdo de que Carette murió porque llevaba una camisa de nailon y se quedó dormido mientras fumaba un cigarrillo[
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Me acuerdo de que el doctor Spock fue candidato a la presidencia de los Estados Unidos.
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Me acuerdo de que el día después de la muerte de Gide, Mauriac recibió este telegrama: «El infierno no existe. Suéltate el pelo. Stop. Gide».
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Me acuerdo de que el gendarme Merda, que más tarde sería coronel, le rompió la mandíbula a Robespierre.
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Me acuerdo de un queso que se llamaba «La Vaca Seria» (« La Vaca que Ríe» los llevó a juicio y ganó).
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Me acuerdo del tenisbarba: contábamos los barbudos que pasaban por la calle. 15 para el primero, 30 para el segundo, 40 para el tercero y juego para el cuarto.
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Me acuerdo de que Jean Jaurès fue asesinado en el Café du Croissant, calle Montmartre.
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Me acuerdo de que todos los números cuyas cifras suman nueve son divisibles por nueve (a veces me pasaba las tardes comprobándolo…).
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Me acuerdo del carmín Baiser, «el rojo que permite besar».
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Me acuerdo de las canicas de barro que se rompían en dos en cuanto el golpe era un poco fuerte, y de las de ágata, y de los bolindres de cristal en los que algunas veces había burbujas.
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Me acuerdo del baño que tomaba los sábados por la tarde cuando volvía del colegio.
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Me acuerdo de cuando era lobezno, pero se me ha olvidado el nombre de mi patrulla.
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Me acuerdo de cuando iba a buscar leche con un cubo de estaño todo abollado.
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Me acuerdo de las señoras que remendaban las medias con sus maquinitas en unos puestecillos a las puertas de los grandes almacenes.

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