No-Cosas, Byung-Chul Han


De la cosa a la no-cosa

Entre las prácticas que requieren tiempo se encuentra la observación atenta y detenida. La percepción anexa a la información excluye la observación larga y lenta. La información nos hace miopes y precipitados. Es imposible detenerse en la información. La contemplación detenida de las cosas, la atención sin intención, que sería una fórmula de la felicidad, retrocede ante la caza de información. Hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber. Tomamos nota de todo sin obtener un conocimiento. Viajamos a todas partes sin adquirir una experiencia. Nos comunicamos continuamente sin participar en una comunidad. Almacenamos grandes cantidades de datos sin recuerdos que conservar. Acumulamos amigos y seguidores sin encontrarnos con el otro. La información crea así una forma de vida sin permanencia y duración.

De la posesión a las experiencias

Un libro electrónico no es una cosa, sino una información. Su ser es de una condición completamente diferente. No es, aunque dispongamos de él, una posesión, sino un acceso. En el libro electrónico, el libro se reduce a su valor de información. Carece de edad, lugar, productor y propietario. Carece por completo de la lejanía aurática desde la que nos hablaría un destino individual. El destino no encaja en el orden digital. Las informaciones no tienen ni fisonomía ni destino. Ni admiten un vínculo intenso. Por eso no hay del libro electrónico un ejemplar. La mano del propietario da a un libro un rostro inconfundible, una fisonomía. Los libros electrónicos no tienen rostro ni historia. Se leen sin las manos. El acto de hojear es táctil, algo constitutivo de toda relación. Sin el tacto físico, no se crean vínculos.

Smartphone

La comunicación a través del smartphone es una comunicación descorporeizada y sin visión del otro. La comunidad tiene una dimensión física. Ya por faltar corporeidad, la comunicación digital debilita la comunidad. La vista solidifica la comunidad. La digitalización hace desaparecer al otro como mirada. La ausencia de la mirada es también responsable de la pérdida de empatía en la era digital. De hecho, al niño pequeño se le niega la mirada cuando la persona con la que se relaciona mira fijamente el smartphone. Solo en la mirada de la madre halla el niño pequeño apoyo, autoafirmación y comunidad. La mirada construye la confianza original. La ausencia de la mirada conduce a una relación perturbada con uno mismo y con el otro.
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Con el smartphone tenemos, por el contrario, una relación narcisista. Guarda muchas similitudes con los llamados «objetos autistas». También podemos llamarlos «objetos narcisistas». Los objetos de transición son blandos. El niño se acurruca con ellos. Al hacerlo, no se siente a sí mismo, sino al otro. Los objetos autistas son duros: «La dureza del objeto permite al niño sentir, mediante la manipulación y la presión, no tanto el objeto como a sí mismo». Los objetos autistas carecen de la dimensión de la otredad. No estimulan la imaginación. Su manejo es repetitivo y poco creativo. Lo repetitivo, lo compulsivo, también caracteriza a la relación con el smartphone. Los objetos autistas son, como los objetos de transición, un sustituto de la persona que falta, pero la reducen a un objeto. La despojan de su otredad: «Con los objetos autistas hemos puesto el ejemplo extremo de que los objetos ocupan el lugar de las personas; es más, sirven justo para escapar de los imponderables y las separaciones siempre posibles que inevitablemente conllevan las relaciones con las personas que actúan de forma autónoma y, lo que es más radical, para no percibir en absoluto a las otras personas como tales».[33] La similitud entre el smartphone y los objetos autistas salta a la vista. A diferencia del objeto de transición, el smartphone es duro. El smartphone no es un oso de peluche digital. Más bien es un objeto narcisista y autista en el que uno no siente a otro, sino ante todo a sí mismo. Como resultado, también destruye la empatía. Con el smartphone nos retiramos a una esfera narcisista protegida de los imponderables del otro. Hace que la otra persona esté disponible al transformarla en objeto. Convierte el tú en un ello. La desaparición del otro es precisamente la razón ontológica por la que el smartphone hace que nos sintamos solos.

La espalda de las cosas

Si el mundo se compone únicamente de objetos disponibles y consumibles, no podemos entablar relación con él. Tampoco es posible entablar relación con la información. La relación presupone un ser independiente, una reciprocidad, un tú: «Quien dice tú no tiene algo, no tiene nada. Pero tiene una relación». Un objeto disponible y consumible no es un tú, sino un eso. La ausencia de relación y apego conduce a un serio empobrecimiento del mundo. La consecuencia de la marea de objetos digitales, en particular, es una pérdida del mundo. La pantalla es muy pobre en mundo y realidad. Sin nada enfrente, sin un tú, solo damos vueltas alrededor de nosotros mismos. La depresión no es sino una exacerbación patológica de la sensación de pobreza del mundo. La digitalización ha contribuido a su propagación.

El olvido de las cosas en el arte

Una cosa no es algo que podamos leer. El poema como cosa se resiste a esa lectura que consume el sentido y la emoción como en las historias de detectives o las novelas de argumento nítido. Esa lectura busca descubrir algo. Es pornográfica. Pero el poema rechaza cualquier «satisfacción novelesca», cualquier consumo. La lectura pornográfica se opone a esa lectura erótica que se detiene en el texto como cuerpo, como cosa. Los poemas no son compatibles con nuestra época pornográfica, consumista. A esto se debe el que hoy apenas leamos poesía.
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Lo problemático del arte actual es que tiende a comunicar una opinión preconcebida, una convicción moral o política, es decir, a transmitir información. La concepción precede a la ejecución. Como resultado, el arte degenera en ilustración. Ninguna fiebre indeterminada anima el proceso de expresión. El arte ya no es un oficio que da a la materia forma de cosa sin intención, sino una obra de pensamiento que comunica una idea prefabricada. El olvido de las cosas se apodera del arte. Este se deja llevar por la comunicación. Se carga de información y discurso. Quiere instruir en vez de seducir.

Silencio

La percepción absolutamente silenciosa se asemeja a una imagen fotográfica con un tiempo de exposición muy largo. La fotografía del Boulevard du Temple de Daguerre presenta en realidad una calle parisina muy concurrida. Sin embargo, debido al tiempo de exposición extremadamente largo, típico del daguerrotipo, todo lo que se mueve se hace desaparecer. Solo es visible lo que permanece quieto. El Boulevard du Temple irradia una calma casi pueblerina. Además de los edificios y los árboles, solo se ve una figura humana, un hombre a quien limpian los zapatos, y por eso está quieto. La percepción de lo temporalmente largo y lento solo reconoce las cosas quietas. Todo lo que se apresura está condenado a desaparecer. El Boulevard du Temple puede interpretarse como un mundo visto con el ojo divino. A su mirada redentora solo aparecen los que permanecen en silencio contemplativo. Es el silencio lo que redime.

Una digresión sobre la gramola

La gramola es un otro real que tengo enfrente, como lo es el pesado piano de cola. Cuando me pongo delante de la gramola o toco el piano, pienso: para ser felices necesitamos algo enfrente de nosotros que nos supere. La digitalización acaba con todo ese estar-algo-enfrente. Como resultado, perdemos la sensación de sostén y transporte, de que algo nos supera, de lo sublime en general. La ausencia de ese algo enfrente nos hace recurrir constantemente a nuestro ego, lo cual nos deja sin mundo, esto es, deprimidos.

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