La piedra de la locura, Benjamín Labatut


LA EXTRACCIÓN DE LA PIEDRA DE LA LOCURA

Lo que nos hace estremecernos al escuchar al mejor escritor de ciencia ficción de finales del siglo XX sentado allí, en lo alto del podio del Festival Internacional de Ciencia Ficción de Metz, es que habla en serio: Dick no bromea (y se lo recuerda varias veces al público, con una expresión levemente malévola en su rostro) cuando dice que nuestro mundo no es real. «La temática de este discurso es algo que ha sido descubierto recientemente, y que puede que no exista en absoluto. Puede que yo esté hablando sobre algo que no existe. Por ende, tengo absoluta libertad para decir todo y nada. (…) En mis historias y novelas suelo escribir sobre mundos falsos.
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La teoría del caos fue la tercera gran revolución científica del siglo XX, junto con la relatividad y la mecánica cuántica, pero, como suele ocurrir con las ideas científicas cuando salen de la seguridad de su madriguera y entran en el gran coto de caza de la cultura, lo que se apoderó de la imaginación humana, lo que nos sedujo con inesperada violencia, no fue la extrema sensibilidad ante la variación de las condiciones iniciales, sino el concepto mismo de la imprevisibilidad: la noción de que nuestro mundo, nuestras sociedades, incluso nuestras propias mentes, no son fenómenos que podamos controlar del todo. El caos parece sugerir que hay algo en la esencia misma de las cosas que escapa a nuestro alcance, algo que no somos capaces de ver, sin importar qué tan lejos miremos hacia el futuro, ni cuán poderosa se vuelva nuestra mirada.
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Para hacerlo, quizás seria bueno recordar las lecciones que nos dejó la delirante iluminación de Philip K. Dick: que a veces volverse loco es una respuesta adecuada a la realidad, que la verdad y la locura pueden ser síntomas de la misma enfermedad y que el precio que pagamos por el conocimiento es la pérdida de la comprensión.
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LA CURA DE LA LOCURA

Suelo escribir sobre la locura en mis libros, y tal vez por eso. cada vez que publico, hombres y mujeres extraños aparecen en mi vida como los mosquitos después de la lluvia. ¿Acaso me ven como uno de los suyos? ¿Acaso añoran que alguien escriba elogiosamente sobre sus ideas demenciales? ¿Se sienten justificados, vistos, apreciados? ¿O sencillamente no pueden controlarse, como les ocurre tanto a locos como a cuerdos?
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¿Quién podría juzgarla por ello? ¿Quién de nosotros no ha sentido—o aún siente— el peso de esa espada que cuelga por encima de nuestra cabeza, la terrible sensación de que somos inútiles, de que no tenemos ningún talento verdadero, y de que sin importar cuánto nos esforcemos nunca haremos algo que valga la pena o que posea belleza y valor? ¿Quién no teme ser invisible? ¿Quién no busca el reconocimiento sabiendo que, si levanta la cabeza, aunque sea por un segundo, puede convertirse en objeto de burla? Somos tantos los que escribimos con la sensación de que estamos cavando un agujero bajo nuestros pies, incluso mientras tratamos de reforzar los muros de nuestros castillos en el aire, ya cayéndose a pedazos entre las nubes. Así que no pude evitar sentir compasión por ella, incluso cuando subió un nuevo video, que vi mientras todavía estaba redactando este texto, en el cual no solo se reía de mis tatuajes, de mi pelo y de mi chaqueta de cuero sino que daba a entender que Chile, el país donde vivo, es un lugar tan atrasado y perdido en el culo del mundo que no había ninguna forma de que yo hubiera podido acceder a los libros y documentos necesarios para poder escribir mi libro. A ella le parecía inconcebible que un trabajo como el mío hubiera sido creado fuera de una institución académica, por lo que la única explicación que pudo darse a sí misma fue que yo no lo había escrito, por supuesto, sino que lo había comprado en el mercado negro para impresionar a mis padres o a mi novia.

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