La salvación de lo bello, Byung-Chul Han 


Lo pulido
La comunicación visual pulida e impecable se lleva a cabo como un contagio sin distancia estética. La exhaustiva visibilidad del objeto destruye también la mirada. Lo único que mantiene despierta la mirada es la alternancia rítmica de presencia y ausencia, de encubrimiento y desvelamiento. También lo erótico se debe a «la puesta en escena de una aparición-desaparición»[ 9], a la «línea de flotación de lo imaginario»[ 10]. La permanente presencia pornográfica de lo visible destruye lo imaginario. Paradójicamente, no da nada a ver.
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La depilación brasileña deja el cuerpo pulido. Encarna el actual imperativo de higiene. Según Bataille, la esencia del erotismo es el ensuciamiento. En consecuencia, el imperativo higiénico sería el final del erotismo. El erotismo sucio deja paso a la pornografía limpia. Precisamente la piel depilada otorga al cuerpo una pulidez pornográfica que se percibe como pura y limpia. La sociedad actual, obsesionada por la limpieza y la higiene, es una sociedad positiva que siente asco ante cualquier forma de negatividad.

El cuerpo terso
Lo que genera la adicción al selfie no es un autoenamoramiento o una vanidad narcisistas, sino un vacío interior. Aquí no hay ningún yo estable y narcisista que se ame a sí mismo. Más bien nos hallamos ante un narcisismo negativo.

Estética de lo pulido y lo terso
Edmund Burke libera lo bello de toda negatividad. Lo bello tiene que deparar un «disfrute [completamente] positivo»[ 28]. Por el contrario, de lo sublime es propia una negatividad. Lo bello es menudo y delicado, leve y tierno. Se caracteriza por la tersura y la lisura. Lo sublime es grande, macizo, tenebroso, agreste y rudo. Causa dolor y horror. Pero es sano en la medida en que conmueve enérgicamente al ánimo, mientras que lo bello lo aletarga.
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Como sucede con lo bello, lo sublime no es un sentimiento de objeto, sino un sentimiento de sujeto: un sentimiento autoerótico de sí mismo.

Estética del desastre
En la Crítica de la razón práctica de Kant se encuentra la famosa sentencia que también está sobre su tumba: «Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes cuanto más reiterada y persistentemente se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado que está sobre mí y la ley moral que hay en mí»

Belleza como verdad
Lo bello es una finalidad en sí mismo. Su esplendor lo muestra a él mismo, a su necesidad interna. No se somete a ninguna finalidad, a ningún contexto de uso que sea externo a él, pues existe por mor de sí mismo. Reposa en sí. Para Hegel, ningún objeto de uso, ningún objeto de consumo, ninguna mercancía serían bellos. Les falta esa independencia interior, esa libertad que constituye lo bello. El consumo y la belleza se excluyen mutuamente. Lo bello no hace propaganda de sí. No seduce ni para el disfrute ni para la posesión. Más bien, invita a demorarse contemplativamente. Hace que desaparezcan tanto las ansias como los intereses.

Política de lo bello
En Antropología en sentido pragmático, Kant concibe el «ingenio» (ingenium) como un «lujo de las cabezas». Este es posible en un espacio de libertad que está libre de menesterosidades y necesidades. Por eso es «floreciente», «así como la naturaleza parece que en sus flores está haciendo un juego mientras que en sus frutos está haciendo un negocio»
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la vida contemplativa de los filósofos, la cual, al investigar lo que nunca perece, se mantiene en el ámbito de la belleza perpetua.

Demorarse en lo bello
La «eternidad del presente», que se alcanza en un demorarse en el que el transcurso temporal queda superado, se refiere a lo distinto: la «eternidad del presente». es la presencia de lo otro. Así es como, demorándose en lo mismo, la eternidad resplandece como una luz que se difunde por lo distinto. Si alguna vez se reflexionó sobre tal eternidad en la tradición filosófica, fue en la frase de Spinoza: «El espíritu es eterno en la medida en que concibe las cosas bajo el aspecto de la eternidad»[ 125]. De acuerdo con esto, la tarea del arte consiste en la salvación de lo otro. La salvación de lo bello es la salvación de lo distinto. El arte salva lo distinto «resistiéndose a fijarlo a su estar presente»[ 126]. Siendo lo enteramente distinto, lo bello cancela el poder del tiempo. Precisamente hoy, la crisis de la belleza consiste en que lo bello se reduce a su estar presente, a su valor de uso o de consumo. El consumo destruye lo otro. Lo bello artístico es una resistencia contra el consumo.

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