Rimbaud el hijo, Pierre Michon


Cierto es que no necesitaba para nada a Rimbaud; tenía ya edad suficiente para liquidarse a sí mismo y gran empeño en hacerlo; pero Rimbaud fue el pretexto soñado, la piedra en la que tropieza un destino. Y, más que ninguna otra cosa en el mundo, a Verlaine le gustaba tropezar.
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Si en ese preciso instante, a la sombra de los avellanos, nos fuera dado ver aquella mano como la vio Verlaine, y, algo más arriba, superponiéndose gradualmente a las frondas, aquella cara de pocos amigos, aquel pelo revuelto, si la boca dijese mierda, si, más probablemente, dijese: lee, tendiéndonos un poema con cara pordiosera, enfurruñada, soberana, si leyéramos mientras nos mira, sólo sabríamos lo que es lícito saber en esta tierra, lo que sabe la hormiga que, indiferente a las líneas, sigue su camino presuroso por mi página, muda como el jardín. 

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