Manifiesto por la lectura, Irene Vallejo


Las historias despiertan emociones, nos implicamos en ellas como si nos sucedieran a nosotros. Literalmente. Las técnicas de neuroimagen han mostrado que, cuando leemos o seguimos una película, se activan las mismas zonas del cerebro que al estar inmersos en una situación similar de la vida real. Los relatos bien contados invaden lo más íntimo, liberan sentimientos callados, nos rozan el corazón. Así lo experimentó la periodista y escritora Laure Adler cuando sus esperanzas se resquebrajaron tras la muerte de su hijo. En los atroces primeros meses creyó que nunca podría reponerse, pero el azar colocó en sus manos una novela de Marguerite Duras, encontrada por casualidad en una casa alquilada para el verano. Entre sus páginas, escribiría después, volvió a entrever un mañana:

La lectura de esa novela suspendió el tiempo, me llevó a otro lugar. Sé que el libro, al trocar mi tiempo por el suyo, el caos de mi vida por el orden del relato, me ayudó a recuperar
... 
En los anaqueles de las bibliotecas, en las mesas de las librerías, en los tenderetes al aire libre, conviven juntos libros escritos en países adversarios, incluso en guerra unos con otros. Atlas físicos del mundo y manuales de interpretación de los sueños. Ensayos monográficos sobre microbios o galaxias. La autobiografía de un general al lado de las meditaciones de un desertor. Novelas posapocalípticas apiladas junto a utopías rebosantes de esperanza. Memorias con dosis de amnesia y ciencia ficción basada en hechos reales. Una evocación nostálgica y un relato de terror ambientados en el mismo día del mismo año. Los apuntes de una escritora trotamundos junto al diario clandestino de un encarcelado. Una crónica del primer amor en la tercera edad junto a la fantasía de un doble agente en la cuarta dimensión. Una novedad con la tinta todavía fresca y a su lado una obra que acaba de cumplir veinticinco siglos. Ahí no se conocen las fronteras temporales ni geográficas. Una librería, por minúscula que sea, es el mejor refugio para un cosmopolita. Y por fin, todos y cada una estamos invitados a este prodigioso viaje colectivo: extranjeros y autóctonos, personas provistas de trajes o tatuajes, pieles de color aceituna, maracuyá o nata, hombres que llevan moño o mujeres que llevan corbata. Eso se parece a una utopía.

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