La ternera, Aurora Freijo Corbeira


Suele tener la boca callada, pero no por serenidad, como pudiera parecer, sino por imposibilidad, por indefensión, y por soberbia doliente. En ella sobre todo hay silencio de efigie, porque sus cinco años de marcada delgadez son sin embargo ya toda una vida.
Sus huesos largos y sus ojos verdes confunden: hay un océano negro en sus cinco años. Su madre la llama tiernamente gacela, pero ella tiene sobre todo la mudez de los terneros. No sueña sueños de cinco años; los suyos son sueños de azulejos blancos de carnicería, de risas masculinas y de banquetas de tres patas.
... 
YA NO HAY LUGAR
Dónde estar si no hay lugar para ella. Los lugares se han desplazado y ella, obediente, intenta ocuparlos. Se sienta donde debe, escucha lo que dicen, estudia lo debido. Se baña, come, se viste, pero no está. Ya no ha lugar. Solo un eco interior que rebota en sus órganos para recordarle que es una presa, una carne de presa, una presa de caza.
Bastó un gesto, un dedo, para enajenarla, para que ya no fuera ella misma. Ahora tiene el pudor de ternera desnuda. Todo sucede ya en la parte izquierda, donde el corazón.
 
Papá no viene. Es porque él tiene muchas cosas en que pensar. Por eso tarda. Se le llenan las sienes de tareas.
Esperaré.
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Acaba de darse cuenta de que el carnicero le ha mechado el corazón.
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No me leas más poemas, madre.Nos ensordecen.Escucha: él siempre me anda buscando.Si no reaccionas, no vas a poder rescatarme ya.
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¿Tienen los carniceros sangre en las manos? El suyo es joven, está ensayando. Ella confía en que entre sus muros de carne humana haya también lirios escondidos. Llegarán futuras manos jardineras, amantes, para descubrirlos. Las de él solo cavan hoyos.
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Temprano, los domingos el padre compra para sus tres cachorros y para la mujer que no le ama las maravillas de un domingo de mañana: periódico, pan y pasteles de nata.

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