El nadador en el mar secreto, William Kotzwinkle


Su vida, en cambio, era una sucesión de prendas lanzadas en cualquier dirección, zapatos que bailoteaban en los lugares más insospechables, nada nunca en un lugar previsible.
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Laski recordó una vez, mucho tiempo atrás: estaban pescando en Canadá él y su padre, navegando con un bote motorizado por un río amplio y serpenteante a lo largo de una mañana soleada. De pronto, a Laski le había dado la sensación de ser el río y los árboles y el sol y el viento.
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Como nunca habían visto esa clase de criaturas extrañas por ahí —salvo por el viejo Coleman Johns, el inventor loco que se había construido una máquina automática para ordeñar y había prometido que llegaría a la luna con un imán en los pantalones—, los del pueblo dejaron a los Laski en paz.
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—¿Y usted? —preguntó Laski.
—Niño —dijo el montañero.
Tenía la voz llena de viento y piedra y una alegría salvaje.
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y Laski se sintió como si él fuera el cuervo y el perro y el cielo, como si fuera transparente y el día lo estuviera atravesando.

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