Amar a Lawrence, Catherine Millet


Asimismo, Constance y Mellors, el guardabosques, que se ha reunido con ella en medio de la tormenta, hacen el amor después de su loca carrera. Pero entre las dos historias el escritor ha liberado a la heroína al mismo tiempo que su propio vocabulario: es la mujer, Constance, la que toma la iniciativa de desvestirse, mientras que el hombre, Mellors, no la sigue hasta después de haberla contemplado con un poco de ironía; no tiene nada que demostrar y desde luego no se expresa por medio de signos; dice: «Tienes un culo tan bonito […]. Un trasero que podría sostener el mundo.»
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La muerte golpea a quien no sabe deshacerse de sus lazos, la inmensidad se cierra sobre aquellos que están encadenados a su medio social, a su terruño, a sus principios, a sus sentimientos. Tom Brangwen es engullido al mismo tiempo que sus tierras, desgarradas por la revolución industrial; Gerald Crich, prisionero de sus sentimientos y sometido al juego de Gudrun, deja que la noche y la nieve lo duerman para siempre.
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A gusto en sociedad, no quería, sin embargo, pertenecer a un medio, literario o no. Vivía de sus derechos de autor, es decir, pobremente, modestamente a lo sumo. No se quejaba, que sepamos. Durante la guerra era tal su indigencia que confesó que solo tenía un pantalón, lo cual le obligaba a no salir de casa el día que lo lavaba.

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