Mi novia preferida fue un bulldog francés, Legna Rodríguez Iglesias


Mis hijos querían más pero yo no les di más. Los hijos de mis hijos querían más pero yo no les di más. Las hijas de mi hija, cuando nacieron, quisieron más. Yo les di lo necesario. Mi esposa hizo silencio, bajó la vista, me dio la mano. Los huesos de su mano entre los huesos de la mía.
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Me has visto despertar en medio de la noche, ahogada y mojada. En esa profundidad estoy yo mientras el sistema respiratorio se paraliza gracias a la contracción de los bronquios. Comparo mis bronquios con peces muertos. Los peces muertos del mar y mis bronquios me atraen hacia abajo, hechizándome.
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Un turismo basado en el extrañamiento, claro está. Un turismo inteligente. 
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El ómnibus cruza el puente del río Zaza a la una y cuarenta y cuatro de la madrugada. A ochenta y cinco kilómetros por hora. En el río a esa hora las cosas no son las mismas. Lo que vive ahí tiene con toda seguridad otro estado, que perderá al amanecer. En el asiento número uno del ómnibus voy sentada yo, un río caudaloso y negro como para no tener desembocadura. Entretenida en mis pensamientos veo el reloj digital encima del chofer marcar la una y cincuenta y tres. En un lapso de nueve minutos creo interpretar la vida y la muerte. Pero una vez más lo he comprendido de forma equivocada. 
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Dormí esa noche en mi propio cuarto, en un colchón de verdad, sobre una almohada de verdad, con gente de verdad a mi alrededor. 

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