Sapiens De animales a dioses, Yuval Noah Harari

 





Esta fue la clave del éxito de los sapiens. En una pelea cuerpo a cuerpo, un neandertal probablemente hubiera vencido a un sapiens. Pero en un conflicto de centenares de individuos, los neandertales no tuvieron ninguna oportunidad. Los neandertales podían compartir información acerca del paradero de los leones, pero probablemente no podían contar (ni revisar) relatos acerca de espíritus tribales. Sin una capacidad para componer ficción, los neandertales eran incapaces de cooperar de manera efectiva en gran número, ni pudieron adaptar su comportamiento social a retos rápidamente cambiantes.
...
Lamentablemente, existen muy pocas certezas en lo que a la vida de nuestros antepasados se refiere. El debate entre las escuelas de la «comuna antigua» y de la «monogamia eterna» se basa en pruebas endebles. Sin duda, carecemos de documentos escritos de la época de nuestros ancestros, y las pruebas arqueológicas consisten principalmente en huesos fosilizados y utensilios líticos. Los artefactos hechos con materiales más perecederos (como madera, bambú o cuero) sobreviven solo en condiciones únicas. La impresión común de que los humanos preagrícolas vivían en una Edad de Piedra es una idea falsa basada en este sesgo arqueológico. Sería más exacto llamar Edad de la Madera a la Edad de Piedra, porque la mayoría de los utensilios utilizados por los antiguos cazadores-recolectores estaban hechos de madera.
...
En otras palabras, mientras que las observaciones antropológicas de los modernos cazadores-recolectores nos pueden ayudar a comprender algunas de las posibilidades de que disponían los antiguos recolectores, el horizonte de posibilidades de los antiguos era mucho más amplio, y la mayor parte del mismo nos está vedado.[*] Los acalorados debates sobre «el modo de vida natural» de Homo sapiens no aciertan el punto principal. Desde la revolución cognitiva, no ha habido un único modo de vida natural para los sapiens. Existen solo opciones culturales, con una asombrosa paleta de posibilidades.
...
En tercer lugar, extinciones en masa parecidas a la diezmación arquetípica australiana tuvieron lugar una y otra vez a lo largo de los milenios siguientes… cada vez que los humanos colonizaban otra parte del mundo exterior. En estos casos, la culpabilidad de los sapiens es irrefutable. Por ejemplo, la megafauna de Nueva Zelanda (que había resistido sin el menor rasguño el supuesto «cambio climático» de hace unos 45.000 años), sufrió golpes devastadores inmediatamente después de que los primeros humanos pusieran el pie en las islas. Los maoríes, los primeros sapiens que colonizaron Nueva Zelanda, alcanzaron las islas hace unos ochocientos años. En un par de siglos, la mayoría de la megafauna local se había extinguido, junto con el 60 por ciento de todas las especies de aves.
Una suerte similar tuvo la población de mamuts de la isla de Wrangel, en el océano Ártico (a 200 kilómetros al norte de la costa de Siberia). Los mamuts habían prosperado durante millones de años en la mayor parte del hemisferio norte, pero cuando Homo sapiens se extendió, primero sobre Eurasia y después por Norteamérica, los mamuts se retiraron. Hace 10.000 años, no podía encontrarse un solo mamut en el mundo, con excepción de unas pocas islas árticas, en especial la de Wrangel. Los mamuts de Wrangel continuaron prosperando unos cuantos milenios más y después, de repente, desaparecieron hace unos 4.000 años, justo cuando los primeros humanos llegaron a la isla.
Si la extinción australiana fuera un acontecimiento aislado, podríamos conceder a los humanos el beneficio de la duda. Pero el registro histórico hace que Homo sapiens aparezca como un asesino ecológico en serie.
...
Si sumamos las extinciones en masa en Australia y América, y añadimos las extinciones a menor escala que tuvieron lugar mientras Homo sapiens se extendía por Afroasia (como la extinción de todas las demás especies humanas) y las extinciones que se produjeron cuando los antiguos cazadores-recolectores colonizaron islas remotas como Cuba, la conclusión inevitable es que la primera oleada de colonización de los sapiens fue uno de los desastres ecológicos mayores y más céleres que acaeció en el reino animal. Los animales que más padecieron fueron los grandes y peludos. En la época de la revolución cognitiva vivían en el planeta unos 200 géneros de animales terrestres grandes que pesaban más de 50 kilogramos. En la época de la revolución agrícola solo quedaban alrededor de 100. Homo sapiens llevó a la extinción a cerca de la mitad de las grandes bestias del planeta mucho antes de que los humanos inventaran la rueda, la escritura o las herramientas de hierro.
...
Los cazadores-recolectores pasaban el tiempo de maneras más estimulantes y variadas, y tenían menos peligro de padecer hambre y enfermedades. Ciertamente, la revolución agrícola amplió la suma total de alimento a disposición de la humanidad, pero el alimento adicional no se tradujo en una dieta mejor o en más ratos de ocio, sino en explosiones demográficas y élites consentidas. El agricultor medio trabajaba más duro que el cazador-recolector medio, y a cambio obtenía una dieta peor. La revolución agrícola fue el mayor fraude de la historia.
...
Estos círculos viciosos pueden seguir durante siglos o incluso milenios, perpetuando una jerarquía imaginada que surgió de un hecho histórico casual. La discriminación injusta suele empeorar, no mejorar, con el tiempo. El dinero llama al dinero, y la pobreza a la pobreza. La educación llama a la educación, y la ignorancia a la ignorancia. Los que una vez fueron víctimas de la historia es probable que vuelvan a serlo otra vez. Y aquellos a los que la historia ha concedido privilegios tienen más probabilidades de obtenerlos de nuevo.
...
Consideremos Tasmania, una isla de tamaño medio al sur de Australia. Quedó separada del continente australiano alrededor de 10000 a.C., cuando el final del período glacial provocó el ascenso del nivel del mar. En la isla quedaron unos pocos miles de cazadores-recolectores, que no tuvieron ningún contacto con otros seres humanos hasta la llegada de los europeos en el siglo XIX. Durante 12.000 años, nadie supo que los tasmanos estaban allí, y ellos no sabían que hubiera nadie más en el mundo. Tuvieron sus guerras, sus luchas políticas, oscilaciones sociales y desarrollos culturales. Pero en lo que respecta a los emperadores de China o los gobernadores de Mesopotamia, Tasmania hubiera podido hallarse perfectamente en una de las lunas de Júpiter. Los tasmanos vivían en un mundo propio.
...
En 1744, dos pastores presbiterianos de Escocia, Alexander Webster y Robert Wallace, decidieron establecer un fondo de seguro de vida que proporcionara pensiones a las viudas y huérfanos de pastores muertos. Propusieron que cada uno de sus pastores de la Iglesia aportara una pequeña porción de su salario al fondo, que invertiría el dinero. Si un pastor moría, su viuda recibiría los dividendos de los intereses del fondo. Ello le permitiría vivir confortablemente el resto de su vida. Pero para determinar cuánto tenían que pagar los pastores para que el fondo tuviera dinero suficiente para cumplir con sus obligaciones, Webster y Wallace tenían que poder predecir cuántos pastores morirían cada año, cuántas viudas y huérfanos dejarían y cuántos años sobrevivirían las viudas a sus maridos.
Tome nota el lector de lo que no hicieron los dos sacerdotes. No rezaron a Dios para que les revelara la respuesta. Tampoco buscaron una respuesta en las Sagradas Escrituras o entre las obras de los teólogos antiguos. Y tampoco se enzarzaron en una disputa teológica abstracta. Al ser escoceses, eran tipos prácticos. De modo que contactaron con un profesor de matemáticas de la Universidad de Edimburgo, Colin Maclaurin. Los tres recopilaron datos sobre la edad a la que moría la gente y los usaron para calcular cuántos pastores era probable que fallecieran en cualquier año concreto.
...
Un destino todavía peor corrieron los nativos de Tasmania. Después de haber sobrevivido durante 10.000 años en un aislamiento espléndido, fueron completamente aniquilados, hasta el último hombre, mujer y niño, al cabo de un siglo de la llegada de Cook. Los colonos europeos los expulsaron primero de las partes más ricas de la isla, y después, codiciando incluso las tierras salvajes que quedaban, los cazaron y los asesinaron de manera sistemática. Los pocos supervivientes fueron acosados con perros y conducidos a un campo de concentración evangélico, donde misioneros bienintencionados pero no particularmente razonables intentaron adoctrinarlos en las costumbres del mundo moderno. A los tasmanos se les instruyó en la lectura y la escritura, el cristianismo y varias «habilidades productivas», como coser ropa y labrar el campo. Pero se negaron a aprender. Se tornaron todavía más melancólicos, dejaron de tener hijos, perdieron todo interés por la vida y, finalmente, eligieron el único camino para huir del mundo moderno de la ciencia y el progreso: la muerte.
...
El 20 de julio de 1969, Neil Armstrong y Buzz Aldrin ponían un pie sobre la superficie de la Luna. En los meses que antecedieron a su expedición, los astronautas del Apolo 11 se adiestraron en un remoto desierto de aspecto lunar del oeste de Estados Unidos. La zona es el hogar de varias comunidades de americanos nativos, y hay una historia (o leyenda) que describe un encuentro entre los astronautas y uno de los habitantes locales:
Un día, mientras efectuaban actividades de adiestramiento, los astronautas se encontraron con un anciano americano nativo. El hombre les preguntó qué hacían allí. Le contestaron que formaban parte de una expedición de investigación que muy pronto viajaría para explorar la Luna. Cuando el anciano oyó esto, quedó en silencio por unos momentos, y después les pidió a los astronautas si le podrían hacer un favor.
—¿Qué quiere usted? —le preguntaron.
—Bueno —dijo el anciano—, la gente de mi tribu cree que en la Luna viven espíritus sagrados. Me preguntaba si ustedes les podrían transmitir un mensaje importante para ellos de parte de mi pueblo.
—¿Cuál es el mensaje? —preguntaron los astronautas.
El hombre pronunció algo en su lenguaje tribal, y después les pidió a los astronautas que lo repitieran una y otra vez hasta que lo memorizaron correctamente.
—¿Qué significa? —preguntaron los astronautas.
—¡Oh!, no puedo decírselo. Es un secreto que solo nuestra tribu y los espíritus de la Luna pueden conocer.
Cuando volvieron a su base, los astronautas buscaron y buscaron hasta que encontraron a alguien que podía hablar el lenguaje tribal, y le pidieron que tradujera el mensaje secreto. Al repetir lo que habían aprendido de memoria, el traductor empezó a reírse ruidosamente. Tras calmarse, los astronautas le preguntaron qué quería decir. El hombre les explicó que la frase que habían aprendido de memoria con tanto cuidado decía: «No os creáis ni una palabra de lo que esta gente os digan. Han venido para robaros vuestras tierras».
...
Estas teorías racistas, prominentes y respetables durante muchas décadas, se han convertido en anatema tanto entre los científicos como entre los políticos. La gente continúa librando una lucha heroica contra el racismo sin darse cuenta de que el frente de batalla ha cambiado, y que el lugar del racismo en la ideología imperial ha sido sustituido ahora por el «culturismo». Este término no existe, pero ya es hora de que lo inventemos. Entre las élites actuales, las aseveraciones acerca de los méritos contrastantes de los diversos grupos humanos casi siempre se expresan en términos de diferencias históricas entre culturas en lugar de hacerlo en términos de diferencias biológicas entre razas. Ya no decimos: «Está en su sangre». Ahora decimos: «Está en su cultura».
...
En cuestión de poco tiempo, la organización humanitaria se convirtió en una empresa de negocios cuyo objetivo real era el crecimiento y los beneficios. Las escuelas y los hospitales se olvidaron, y en cambio la cuenca del Congo se llenó de minas y plantaciones, dirigidas por funcionarios en su mayoría belgas que explotaban de manera despiadada a la población local. La industria del caucho fue particularmente notable. El caucho se estaba convirtiendo rápidamente en un producto industrial básico, y la exportación de caucho era la fuente de ingresos más importante del Congo. A los campesinos africanos que recolectaban caucho se les exigía que proporcionaran cupos cada vez mayores. Los que no conseguían cumplir con su cuota eran brutalmente castigados por su «holgazanería». Se les cortaban los brazos y en ocasiones se masacraban aldeas enteras. Según las estimaciones más moderadas, entre 1885 y 1908 la búsqueda de crecimiento y beneficios costó la vida de 6 millones de individuos (al menos el 20 por ciento de la población del Congo). Algunas estimaciones la elevan hasta 10 millones de muertos.
...
Esta es una opción. Otra es que los hallazgos demuestran que la felicidad no es un exceso de momentos agradables en relación con los desagradables. Más bien, la felicidad consiste en ver que la vida de uno en su totalidad tiene sentido y vale la pena. Hay un importante componente cognitivo y ético de la felicidad. Nuestros valores significan toda la diferencia entre si nos vemos como «miserables esclavos de un bebé dictador» o como «amantes formadores de una nueva vida».[2] Tal como lo planteaba Nietzsche, si uno tiene una razón por la que vivir, lo puede soportar casi todo. Una vida con sentido puede ser extremadamente satisfactoria incluso en medio de penalidades, mientras que una vida sin sentido es una experiencia desagradable y terrible, con independencia de lo confortable que sea.
...
¿Así que nuestros antepasados medievales eran felices porque encontraban sentido a la vida en los engaños colectivos acerca de la vida en el más allá? Sí. Mientras nadie echara por tierra sus fantasías, ¿por qué no tenían que serlo? Hasta donde podemos saber, desde un punto de vista puramente científico, la vida humana no tiene en absoluto ningún sentido. Los humanos son el resultado de procesos evolutivos ciegos que operan sin objetivo ni propósito. Nuestras acciones no forman parte de ningún plan cósmico divino, y si el planeta Tierra hubiera de explotar mañana por la mañana, probablemente el universo seguiría su camino como de costumbre. Hasta donde podemos decir en este punto, no se echaría en falta la subjetividad humana. De ahí que cualquier sentido que la gente atribuya a su vida es solo una ilusión. Los sentidos ultramundanos que las gentes medievales encontraban que tenía su vida no eran más ilusión que lo que las gentes modernas encuentran en los modernos sentidos humanistas, nacionalistas y capitalistas. La científica que dice que su vida tiene sentido porque aumenta el compendio del saber humano, el soldado que declara que su vida tiene sentido porque lucha para defender a su patria, y el empresario que encuentra sentido en la creación de una nueva compañía, se engañan igual que sus homólogos medievales que encontraban sentido en la lectura de las Escrituras, en emprender una cruzada o en construir una nueva catedral.

Entradas populares de este blog

La salvación de lo bello, Byung-Chul Han 

Mendel el de los libros, Stefan Zweig